Editorial: Una convención huracanada
Por: EDITORIAL | 8:09 p.m. | 28 de Agosto del 2012
El mayor problema de Romney es él mismo. A medida que avanza la campaña, avanzan sus contradicciones frente a temas decisivos, como el aborto y las armas.
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El Partido Republicano de Estados Unidos celebra esta semana en Tampa (Florida) su convención nacional, que marca el lanzamiento oficial de Mitt Romney como aspirante a la presidencia. Primer día y primer tropiezo: nadie calculó que agosto es mes de huracanes en el Caribe y, con el rugido de vientos al fondo, hubo que aplazar el comienzo del certamen.
La refrendación de Romney no es una sorpresa para nadie. Conseguida la suma de votos de las delegaciones regionales que se requiere para figurar en la primera línea del “tiquete presidencial”, la convención es una fiesta. Hace varias semanas Romney logró el cupo de votos, y los actos de esta semana no son más que una especie de carnaval pintoresco y entusiasta, cuyo fin es emprender con fuerza la última etapa de la lucha política, la que podría llevar a la Casa Blanca a su candidato, y conquistar senadurías y diputaciones en los estados.
Parte importante de la campaña es el recaudo de fondos, antipático pero eficaz protagonista de las elecciones gringas. Los mercadotecnistas de la política estadounidense sostienen que, dadas ciertas circunstancias, existe una relación directa y casi matemática entre la inversión en publicidad política y los resultados conseguidos. El Partido Republicano, por la composición de su electorado, suele aportar mayores contribuciones a sus candidatos que el Demócrata, sobre todo desde que existe un atajo llamado PAC, que permite hacerlo sin límites por persona a través de corporaciones. En esta ocasión, sin embargo, la condición presidencial de Barack Obama le ha permitido superar la bolsa de Romney. En julio, la campaña de Obama recaudó 587 millones de dólares, frente a 524 millones de Romney. Pero los republicanos ahorraron más que sus rivales para alimentar mejor los anuncios posteriores a la convención, y al final del mes tenían en el bolsillo 197 millones frente a 131 de los demócratas.
Con los presupuestos parejos, habrá otros elementos definitorios. Uno de ellos será el compañero de baile que escogió Romney. Paul Ryan, un joven congresista, forma parte del sector más doctrinario del partido. Experto en presupuestos, ha hecho una religión de su oposición a la intervención oficial y es partidario de recortar impuestos y desmontar hasta donde se pueda la presencia del Estado. Su primer objetivo sería el sistema de medicina social que Obama logró estructurar contra viento y marea. Ryan atraerá a los ultraconservadores reacios. Pero, al mismo tiempo, podría espantar a indecisos del centro, que optarían entonces por elegir a Obama.
El mayor problema de Romney, sin embargo, no es Ryan: es él mismo. A medida que avanza la campaña, avanzan sus contradicciones. Hace unos años, cuando era gobernador del muy liberal estado de Massachusetts, defendía el aborto, los subsidios oficiales, la ecología y el control de armas domésticas. Ahora, como candidato nacional, se desdice de sus antiguas prédicas. Por otra parte, pretendió zanjar su inexperiencia internacional con una reciente gira que fue una cadena de metidas de pata. Sus dotes como experto empresario -base de su campaña- ofrecen tantas dudas como sus declaraciones de impuestos. Y, en cuanto a su programa económico de 59 puntos, la revista The Economist dice que es como la trilogía erótica Cincuenta tonos de gris, pero sin sexo. Es decir, vacuo, timorato, poco coherente.
Al final, serán los ciudadanos, no los periodistas, los que escojan. La campaña entra en sus últimas nueve semanas. Obama adelanta a Romney levemente. ¿Le bastará esa ventaja? ¿Habrá recibido Romney un impulso duradero? Lo sabremos el 6 de noviembre.
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