Bin Laden está muerto, GM vive
En la batalla electoral los demócratas ganaron el round de las grandes convenciones partidarias. Obama lleva una leve delantera en las encuestas. El 6 de noviembre se despejarán las dudas de lo que, de todas formas, es un carrera estrecha.
El Presidente Barack Obama fue proclamado como el candidato demócrata a la reelección. Sus partidarios enarbolaban carteles que proclamaban: “Osama está muerto, GM vive”. La consigna subraya 2 puntos centrales de la gestión del actual Mandatario. Pese a la retórica de sus adversarios republicanos sobre la “guerra” contra el terrorismo, el Presidente George W. Bush, un republicano, no pudo localizar al enemigo público más buscado por Estados Unidos. Le correspondió a la actual administración brindar a los norteamericanos la satisfacción de eliminar a Osama. Su mera existencia era un reto a la efectividad de sus servicios de inteligencia.
Más importante, en el plano doméstico, es la segunda parta del eslogan: “GM vive”. Si el gobierno no hubiese socorrido a GM y Chrysler, 2 de los 3 principales fabricantes automotrices, las empresas hubiesen enfrentado su liquidación. GM es una marca clave para los estadounidenses. No en vano se solía decir “Lo que es bueno para GM es bueno para América”. Los partidarios del liberalismo económico, que en su mayoría simpatizan con los republicanos, favorecían la quiebra de las empresas insolventes. Obama, en cambio, optó por inyectar recursos que permitieron recuperar a ambas compañías que hoy han vuelto a generar ganancias.
Salvar los empleos fue de vital importancia política. Este es un punto crítico para el actual gobierno que enfrenta una alta tasa de desempleo, 8,1%. Desde una perspectiva electoral uno de los flancos débiles de Obama es el bajo apoyo que obtiene en la clase obrera blanca. Su fuerte está en los que en Estados Unidos llaman las minorías: mujeres, negros, latinos, judíos y otros grupos.
Uno de los debates de fondo, como en muchos países, es sobre el rol del Estado al cual los norteamericanos aluden como el gobierno. La revolución neoliberal iniciada por el Presidente Ronald Reagan proclamó en su discurso inaugural, en 1981, lo que sería la tónica de su gestión: “El gobierno no es una solución a nuestros problemas, el gobierno es el problema”. Era, a su juicio, la hora de separar la esfera económica de la política. Los gobernantes podían preocuparse del ámbito de lo público, del aparato fiscal, pero el mundo de la empresa privada quedaba fuera de su alcance. Las regulaciones no debían interferir con los mercados salvo en situaciones de evidente monopolio o colusión.
Fue el comienzo de la desregulación, en la que los gobiernos, en buena parte de Occidente, se replegaron y abandonaron sus responsabilidades fiscalizadoras. La sociedad en su conjunto, se dijo, no tenía por qué inmiscuirse en los asuntos de las compañías privadas que estaban reguladas de manera “natural” por la libre competencia. El intento de sustraer la actividad económica a la supervisión ciudadana por la única vía posible, que es el Estado, ha dejado una seria secuela de desconfianza en especial sobre los manejos bancarios que desencadenaron la crisis del 2008.
En la batalla electoral los demócratas ganaron el round de las grandes convenciones partidarias. Obama lleva una leve delantera en las encuestas. El 6 de noviembre se despejarán las dudas de lo que, de todas formas, es un carrera estrecha.
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