Pocos dudan de la responsabilidad de los gobiernos republicanos en la crisis, pero ¿será un argumento suficiente para que el presidente gane las elecciones?
A menos de dos meses de las elecciones norteamericanas las encuestas muestran una elección muy apretada. Las diferencias se han situado en niveles que no superan el 3% de los votos. Luego de la convención demócrata ocurrida la semana anterior, queda la sensación de que su artillería sigue centrada en apuntar al estado de cosas y de la economía que encontró el presidente al iniciar su mandato, lo cual no lo exime de asumir, como lo hace, una actitud defensiva o de excusa, que podría terminar por no convenirle. El se postuló para administrar ese país y no otro. En eso ha estado los últimos cuatro años.
Es completamente cierto que la crisis financiera, origen de “todos los males”, fue posible por la actitud de los gobiernos Bush y no precisamente de manera accidental: el escaso papel que asignan al Estado los republicanos, para regular, intervenir y controlar desbordamientos de los intereses particulares en detrimento del interés general, es una equivocación que propone ahora repetir el señor Romney convencido de sus bondades. Lo mismo puede decirse de las rebajas de impuestos que insiste en proponer y están en el origen de la crisis fiscal, en un escenario de bajo crecimiento de la economía.
Pero también es cierto que las cifras de gobierno no son suficientes para Obama: un crecimiento del PIB del 1.5% en 2012, luego de 2.9 en 2010 y 1.7% en 2011, no es una tendencia positiva y tampoco suficiente para reducir la cifra de desempleo, apenas 8.1% en agosto, mientras la participación de la industria ha decrecido, en los cuatro años, más de medio punto y la deuda pública, como consecuencia del gasto anti crisis y los bajos niveles de impuestos, ha aumentado considerablemente. El punto débil de Obama es la economía, la misma que se ha colocado en el centro del debate electoral ahora que para los electores no parece tan importante que cumpliera con el retiro de tropas en Irak, el escaso crecimiento del gasto militar y sus éxitos en la lucha contra el terrorismo.
Si los Estados Unidos pudieran observarse en el espejo de Europa, comprenderían los efectos devastadores de una crisis catapultada por un modelo económico fracasado que el señor Romney insiste en prolongar. Al igual que en la salud de las personas, en que es posible que sus anticuerpos reaccionen autónomamente desterrando las enfermedades, pero también lo es que mientras ello ocurre pierdan la vida, los mercados pueden auto ajustarse sin la intervención del Estado. ¿Cuándo? ¿Luego de cuantos millones más de pobres, desempleados y empresarios quebrados? No puede predecirse con exactitud, mientras el efecto de los antibióticos, la inversión o el gasto público, están probados y son notablemente mejores que sentarse a esperar. Es una de las funciones del Estado y de los buenos gobiernos, administrarlos y suministrarlos.
En una elección tan estrecha, sin embargo, cabe considerar que no aplique tanto la teoría del elector racional y comiencen a jugar, de manera decisiva, factores como la credibilidad de los candidatos y la imagen que perciben los electores, factores en que el presidente Obama tiene ventaja, con excepción de la apreciación acerca del manejo de la economía. Como serán decisivos los votantes independientes, entre los cuales hasta ahora pierde Obama por 14 puntos (w. post), hacia allí se ha volcado su estrategia de campaña. ¿Será suficiente? Claramente no, si no se apuntala con expectativas ciertas de empleo, en un momento en que el debate sobre salud y gasto social parece agotado en términos electorales.
Ha dicho el ex presidente Clinton que “Las políticas republicanas cuadruplicaron la deuda pública en los ocho años previos a que yo accediera al Gobierno, y la doblaron después de que me marché”, lo cual es verdad. Habría que añadir que la permisividad teórica del criterio republicano, acerca del papel del Estado, “condujo” al mundo a una crisis de la que no ha logrado salir, en perjuicio de cientos de millones de personas que han perdido sus empleos, entre las cuales están, en primera fila, los electores del próximo presidente de los Estados Unidos, para quienes no parece suficiente razón identificar a los responsables de sus penurias, tanto como la certeza de que saldrán de ellas.
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