Edited by Peter L. McGuire
Son más que aviones espías. Se llaman Predators (Depredadores), y eso nadie lo duda. Cada día, los drones de la CIA hacen gala de su nombre en Paquistán, Somalia, Yemen. Dicen el Pentágono y la Casa Blanca que buscan «terroristas», pero el saldo de sus fisgoneos es la muerte de muchos civiles —lo que hipócritamente y en total desprecio a la vida llaman «daños colaterales»— y el pánico en quienes se sienten cazados por estas potentes tecnologías de guerra, sin saber por qué.
Eso lo documenta muy bien un estudio de investigadores de las universidades de Nueva York y Standford, titulado Vivir bajo drones: muerte, lesiones y trauma en los civiles debido a los ataques de drones de EE.UU. en Paquistán. El estudio muestra lo que ya es una verdad de Perogrullo: los drones (aviones no tripulados) no solo asesinan a los denominados terroristas que identifica una larga y secreta lista del Pentágono; hacen blanco también en la población civil.
Hasta el momento, los jerarcas militares estadounidenses y sucesivos jefes de la Casa Blanca —ya fuera el republicano George W. Bush o ahora el demócrata Barack Obama—, han defendido el empleo de estos aviones, arguyendo que permiten ataques quirúrgicos, precisos. Pero el documento despedaza estas razones. «Esta narrativa es falsa», concluye la investigación, luego de realizar un exhaustivo trabajo de campo en Paquistán que incluye más de 130 entrevistas a víctimas, testigos, expertos, trabajadores humanitarios y médicos
Imposible cuantificar el número exacto de personas que sin estar en la mirilla de los comandos militares estadounidenses han terminado fulminados por estas modernas aeronaves desde que Bush comenzó este tipo de guerra. El Pentágono debería llevar la cuenta. Quizá la tiene, pero es una información confidencial o clasificada, que tiene como objetivo proteger el programa de drones.
Según los autores de la investigación, la «mejor información disponible» —reunida por la Oficina de Periodismo de Investigación— refiere que entre 2 562 y 3 325 personas han sido asesinadas en Paquistán entre junio de 2004 y mediados de septiembre de este año, de los cuales entre 474 y 881 eran civiles, incluidos 176 niños. Se estima que otras 1 300 personas resultaron heridas en ese período, cita The Guardian.
El reporte de las universidades de Nueva York y Standford concluye además que del total de asesinados solo el dos por ciento corresponde a militantes jefes.
Los investigadores también ilustran el daño a la vida cotidiana de civiles, más allá de la muerte y las lesiones físicas. Habla del terror, de las heridas psicológicas, de la vida que le imponen desde los cielos a golpe de vigilancia y metralla.
Firoz Ali Khan, un comerciante de la ciudad de Miranshah, asegura que los aviones teledirigidos permanecen suspendidos en el aire las 24 horas y «no sabemos cuándo van a atacar… La gente tiene miedo de morir… Los niños, las mujeres, todos ellos están psicológicamente afectados. Miran al cielo para ver si hay aviones…», cita el diario británico.
Según el estudio, después de asesinar a su blanco —el supuesto terrorista—, los drones regresan al lugar de los hechos y disparan contra personas de la comunidad, médicos o trabajadores humanitarios que acuden a socorrer a la víctima.
Tampoco importa si es una mujer o un niño. Desde una base militar en Arizona o en Nevada, el piloto solo tiene que tocar un botón mientras toma su taza de café, como si jugara ante una computadora, sin riesgos.
The Independent refiere que hasta el 6 de junio pasado, cuando los drones atacaron una aldea de Datta Khel, en Waziristán del Norte, se calculaban unas 345 embestidas de estos aviones.
Aunque algunos medios refieren que la acción de los drones sobre Paquistán ha disminuido después de un ataque de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en noviembre de 2011, que tensó aun más las relaciones de Islamabad con Washington los residentes de las comunidades fichadas por la CIA y el Pentágono así como activistas y abogados de las víctimas, aseguran que ahora la táctica de estas incursiones radica en el «segundo golpe», y el resultado siempre es un mayor número de civiles muertos.
Una guerra no declarada. Sin rendirle cuentas a nadie. De seguro muchos paquistaníes confiaron en que su pesadilla acabaría con el asesinato de Osama Bin Laden, el cabecilla de Al-Qaeda. Pero esta contienda no tiene para cuándo acabar. Obama cumple los deseos de Bush: una guerra sin fronteras y contra el mundo. Y su mejor arma son estos artefactos.
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