Una noticia inverosímil apareció el 11 de mayo en la prestigiosa revista British Medical Journal (Revista médica británica): «Algunos hospitales estadounidenses enfrentan escasez de anestésicos claves». ¿Cómo puede suceder algo así en un país tan poderoso?
No encontraremos la respuesta en la falta de recursos económicos o en alguna otra razón parecida. Las causas son bien distintas: los fármacos mencionados los están acaparando algunas autoridades carcelarias.
Para el sistema penitenciario estadounidense, acopiar sumas importantes de anestésicos es un apremio, so pena de incumplir con las numerosas condenas a muerte. El país norteño es uno de los que más ejecuciones realiza en el mundo, con casi la totalidad de las mismas mediante inyecciones letales. Para ello, las citadas medicinas forman parte de los «cocteles letales».
Para entender mejor esta historia estamos obligados a rememorar lo sucedido a principios del 2011, cuando la empresa farmacéutica Hospira, única fabricante nacional del tiopental sódico (uno de los anestésicos más empleados en las ejecuciones), dejó de producirlo. Las razones aludidas por la compañía fueron las dificultades presentadas con su proveedor de materias primas. No obstante, se asegura que la verdadera causa fue la fuerte campaña contraria al uso de este medicamento para «servicios de verdugos».
Rápidamente empezó a avizorarse poca disponibilidad de estos fármacos en el país, y con ello, el retraso de las ejecuciones. Los mandos penitenciarios no tuvieron más remedio que importar los anestésicos de otros países, sobre todo del Reino Unido.
De acuerdo con fuentes consultadas, la compra y el empleo de medicamentos con fines diferentes a aquellos para los que están concebido (curar enfermos, y no matar) ha sido blanco de fuertes críticas, e incluso, de represalias por parte de algunos aliados.
Desde el mismo 2011, el Reino Unido prohibió la exportación hacia los Estados Unidos de los fármacos que más se emplean en los «cocteles letales». También ese aliado pidió a los países de la Comunidad Europea que tuvieran una actitud similar.
El problema es de envergadura: las cárceles acaparan los medicamentos que, por consiguiente, no pueden tener los hospitales. Numerosos afiliados a la Sociedad Americana de Anestesistas han manifestado su preocupación ante la escasez de anestésicos de primera línea en centros asistenciales, algo que pone en peligro la vida de los enfermos.
La muerte parece tener prioridad por encima de la vida. ¿Y es ese el tipo de mundo que merecemos tener? ¿Acaso una suerte de mundo al revés?
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