Cine
Argo hace política pensando en Hollywood
Como todas las grandes películas, Argo justifica varias visiones, de las cuales la más inmediatamente comprensible tiene que ver con la política, derivada (como se sabe) de hechos reales ocurridos durante la crisis de los rehenes que enfrentó a Irán con Estados Unidos en 1979. Un contexto histórico-político muy preciso, trabajado hasta el último detalle en su reconstrucción, y que puede leerse y revisarse también a la luz de la actualidad porque hoy, a imagen y semejanza de 1979, hay tensión creciente entre Teherán y Washington. Junto al flamear de banderas con barras y estrellas en el final abundan detalles (dichos y sugeridos) sobre todo en los primeros 20 minutos de fuerte autocrítica sobre la política estadounidense en la región (en especial al apoyo explícito al régimen de Reza Pahlevi).
Paralelamente, hay un fascinante el juego de ida y vuelta que se establece entre la política de EE.UU. y la política de un Hollywood golpeado en los 70 por la crisis de los grandes estudios, cuyo símbolo es el famoso (y entonces semidestruido) cartel que la película muestra desde el aire. Hay que ver cómo Ben Affleck maneja en términos simétricos esa conexión: en un momento, gente de cine (un maquillador real y un productor ficticio) se pone a hacer política y un grupo de rehenes confinado en la embajada canadiense simula en Teherán ser parte del equipo que prepara una película. Afirmándose en su tiempo histórico, Argo logra el raro mérito de adquirir de inmediato un destino de clásico.
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