Edited by Laurence Bouvard
Estados Unidos sigue siendo el país con más influencia mundial. Para algunos, China ya le alcanza en peso económico, pero hará falta mucho para que junto con Europa sea, acaso, “desplazado” del ideario mundial. No hago una apología del imperialismo, sino una apreciación realista.
Desde el punto de vista científico-técnico, Estados Unidos sigue teniendo la mayor capacidad de innovación. En la medida que otros países crezcan en sus inversiones científico-técnicas esta realidad se irá modificando, pero, salvo que se produzca un suicidio civilizatorio, no está a la vista una declinación de esta capacidad. Por lo demás, el crecimiento de las capacidades productivas de otras regiones del mundo es una buena noticia, asumiendo que ello pudiera conducir a una etapa nueva de mayor cooperación humana.
El triunfo de Obama es buena noticia para el mundo. Resulta de la decisión, afortunadamente mayoritaria, de los grupos y sectores que representan una esperanza de futuro para ese país y para el mundo. A pesar del menor entusiasmo que despertó su campaña en esta ocasión, comparado con la euforia de 2008, los estadounidenses reconocieron que el gobierno de Obama ha hecho progresos muy importantes si se toma en cuenta el aciago estado en que recibió el país de la administración Bush. La interrupción de la crisis de 2008, el cambio de rumbo en política exterior y la reforma en salud dan cuenta del acierto.
Pero la situación en que las políticas de Bush y los problemas acumulados dejaron la economía estadounidense no podían resolverse fácilmente, y menos con un partido republicano capturado por conservadores radicales y con una cuota de poder de veto en el Congreso, que conservará en el nuevo periodo.
El problema inmediato más importante que enfrenta el presidente es el déficit fiscal. Junto a la crisis europea, el déficit estadounidense representa una amenaza para las finanzas públicas y para las posibilidades de crecimiento futuro. Sin duda habrá recortes relevantes, pero a diferencia de las propuestas de Romney, Obama buscará afectar lo menos posible a los sectores más vulnerables y a los polos de desarrollo fundamentales de la economía. Será imposible una solución sin sacrificios, pero se esperaría que una nueva política fiscal pueda ofrecer un ejemplo para el mundo. Una economía política que ofrezca un balance entre libertad y justicia, es decir, un nuevo enfoque basado en la justicia, sin el cual simplemente el mundo humano es inviable sin retroceder a la barbarie.
En este último punto está el mayor de los desafíos. En el siglo XX pasamos de una economía del bienestar que tuvo como consecuencia no buscada y, a la postre, no deseada, el crecimiento de una administración pública onerosa. La reacción en sentido contrario se empezó a dar desde la segunda mitad del siglo XX con la emergencia de la crítica del keynesianismo, como se dio en llamar a un abanico de políticas públicas entre la cuales estuvieron no pocas no le hacían justicia al autor del que recibió su nombre. El tan vituperado “neoliberalismo” es, entonces, la opción por la que se optó una vez que las élites gobernantes y económicas mundiales rompieron el pacto civilizatorio que las había unido en la segunda posguerra.
Las ideologías de mercado, como sería más apropiado llamarles, irrumpieron en el escenario como revestimiento de la voracidad hegemónica de los intereses económicos. Se acotó al Estado, se redujo el ingreso fiscal y la gran solución que se había encontrado para la provisión de bienes públicos dejó de existir y de proveerlos. La deuda social de las naciones se ha incrementado como nunca desde entonces.
A los efectos de la globalización causados por la liberalización ideológica-mercantil le siguió una secuela de desprotección social que redundó en las miserias globales que hemos padecido durante más de 30 años: grandes masas sin medios de defensa ni esperanza, informalización del trabajo, desquiciamiento de los sistemas de derecho…
Ante la desproporción del balance en la distribución del poder y la riqueza, los déficits de todo tipo crecieron hasta hacer insostenible el modelo impulsado insensatamente por los ideólogos de mercado. La situación económica de la Unión Europea y de Estados Unidos es el punto culminante de esta espiral de barbarie.
Obama, al igual que los principales líderes de Europa que no han perdido el sentido de la realidad, lo sabe. También lo saben los de otras regiones, por lo menos los que tienen cierta instrucción.
Lo que ahora tienen enfrente es un problema de civilización, no un asunto contable. O a la inversa, un problema contable que amenaza a la civilización alcanzada: dignidad humana del habitar en el mundo.
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