Edited by Kathleen Weinberger
Barack Obama obtuvo el martes la reelección para un segundo mandato gracias a la extraordinaria capacidad de movilización de su campaña y a la consolidación de una nueva gran coalición demócrata integrada por latinos, mujeres y jóvenes que, ayudada por la desconfianza de la clase media hacia el Partido Republicano, ha redibujado el mapa electoral de Estados Unidos.
Fue una victoria mayor de lo esperada en cuanto a votos del Colegio Electoral -303 frente a 206, 332 si acaba ganando Florida-, pero ajustada en cuanto a votos populares. Obama repitió victoria en todos los estados que había ganado en 2008, excepto Indiana y Carolina del Norte, pero solo tuvo tres millones de votos más que el candidato republicano, Mitt Romney: 60 millones (un 50,3%) frente a 57 millones (un 48,7%). Es una diferencia algo inferior a la que George Bush alcanzó contra John Kerry en 2004 y bastante menor a la ventaja con la que fueron reelegidos Bill Clinton y Ronald Reagan.
Obama es a la vez el primer presidente desde Franklin D. Roosevelt que consigue la reelección con un índice de paro superior al 7% y el primer demócrata desde el mismo Roosevelt que consigue rebasar la barrera del 50% por segunda vez consecutiva.
Todo ello son indicadores de las debilidades y fortalezas que Obama ha mostrado en estas elecciones. Por un lado, ha sido un líder capaz de aglutinar a una significativa masa de votantes que han confiado en él por encima de los resultados de su gestión. Por el otro, es evidente que tendrá que gestionar un país políticamente polarizado en la que la mitad ponen en duda sus condiciones.
Son muchas las circunstancias que pueden haber contribuido a la victoria de Obama. Desde su conducción de la catástrofe del huracán Sandy, en drástico contraste con lo que ocurrió durante el Katrina, hasta las limitaciones de su rival, atrapado por una imagen de millonario oportunista que pesó sobre él como una losa.
La campaña demócrata fue muy eficaz en asentar esa imagen en una campaña de propaganda que se remonta hasta la primavera. Pero el propio candidato republicano contribuyó a ello con su negativa a esclarecer sus declaraciones de impuestos y un par de tropiezos –especialmente el del vídeo en el que despreciaba al 49% de la población que recibe algún tipo de ayuda pública- que no pudo compensar con sus éxitos posteriores.
La estrategia de una campaña es, sn duda, determinante en las democracias modernas. La de Obama, ahora y en 2008, se ha ganado fama de una gran perspicacia. Aunque esa vez no ha tenido a favor el viento de la historia ni se ha favorecido por el caos que rodeó a la campaña de John McCain. Esta vez, los estrategas de Obama han tenido enfrente a otra maquinaria igualmente poderosa que ha gastado 500 millones de dólares más que la campaña demócrata.
Las estrategias y el dinero necesitan, sin embargo, un buen producto que vender para tener éxito. Las encuestas hechas por los medios de comunicación a la salida de los centros de votación, y antes, en los últimos días de la campaña electoral, revelan que Obama era un mejor producto. Los electores, por diferentes márgenes, lo consideran un líder más fuerte, más confiable y más capacitado que Romney. Incluso en el apartado de la economía, preocupación principal de los votantes y el único en el que el candidato republicano ha estado con ventaja durante meses, Obama igualaba o superaba ligeramente a su rival en el último momento. Y estaba por encima de él en un pregunta capital: ¿quién cree que pueda hacer más por usted? Otros datos destacables de esas encuestas: una mayoría en los estados claves culpaba fundamentalmente a George Bush de los problemas económicos del país y un 56% del estado de Ohio aplaudía la decisión del presidente de rescatar la industria del automóvil, que fue criticada por Romney.
“Ustedes me conocen, saben quién soy”, insistía Obama en sus últimos discursos. La gente sabe, más o menos, qué puede esperar de Obama, cuál son sus virtudes y cuáles sus defectos. Saben que ha hecho un gran esfuerzo por mejorar la situación económica, aunque lo haya conseguido solo en parte. Saben que es un hombre honesto que no va a dar lugar a escándalos ni corruptelas. Frente a eso, Romney es la encarnación de la incertidumbre. De convicciones siempre fluctuantes, era imposible predecir qué Romney encontraríamos en la Casa Blanca, si el extremistas de las primarias o el moderado de la campaña presidencial.
En el sistema político norteamericano, la reelección es el destino natural de un presidente. En los últimos cincuenta años, sólo Jimmy Carter y George Bush padre no lo consiguieron, y en circunstancias muy particulares. La derrota de Obama hubiera sido una auténtica conmoción, máxime al tratarse del primer presidente afroamericano de la historia.
Tiene que concurrir buenas razones para que los norteamericanos no le den a su presidente una segunda oportunidad. Un sonoro fracaso internacional, una decadente perspectiva económica o un brillante candidato de oposición pueden ser el motivo para hacerlo. Ninguna de esas circunstancias existía en esta ocasión. Los estadounidenses se sienten protegidos con su comandante en jefe, respaldan su actuación en el mundo y están preocupados, pero más optimistas, respecto al rumbo de la economía.
Finalmente, con la precaución de que, con un 2% de votos en sentido contrario, el análisis hubiera sido diferente, Obama ofreció un rostro que se parece más al actual EE UU. Como demuestra la legalización de la marihuana o del matrimonio gay en algunos estados, como prueba, sobre todo, el incremento de la participación de los latinos, este es un país que está cambiando en una dirección distinta a la que se mueve el Partido Republicano.
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