La dimisión del exgeneral David Petraeus como director de la CIA ha centrado casi todas las atenciones sobre el puritanismo de un país en el que el adulterio sigue siendo un delito, no solo en las Fuerzas Armadas, sino que aún figura como tal en 23 Estados de la Unión. En estos días hay varios altos mandos militares que están siendo investigados por asuntos extramatrimoniales u otras relaciones sexuales. Entre ellos destaca John Allen, al mando de las fuerzas de la OTAN en Afganistán, relacionado con los correos detectados a las dos protagonistas del caso Petraeus: Paula Broadwell, la biógrafa y amante del exgeneral, y Jill Kelley. El nombramiento de Allen como jefe supremo militar aliado en la Alianza Atlántica ha quedado en suspenso.
En el Ejército de EE UU las acusaciones por adulterio se suelen materializar si conllevan peligro de chantaje o atentan contra la seguridad. Y lo que se está investigando en los miles de correos de estos protagonistas es si hay habido violación de datos confidenciales o secretos.
Todo se ha puesto al descubierto por una investigación del FBI —encargado de la inteligencia interna en EE UU—, nada menos que en los correos privados del director de la CIA, lo cual puede apuntar a algo más que un conflicto entre agencias, a discrepancias de fondo.
Además de una cuestión de cargos, estos casos están reabriendo el debate sobre una estrategia de seguridad puesta en pie por la CIA desde hace años, y apoyada por el propio Obama desde que llegó a la Casa Blanca. La Agencia Central de Inteligencia había estado adquiriendo desde antes del 11-S un creciente papel militar, y de hecho, tras aquellos atentados, sus agentes fueron los primeros en llegar a Afganistán. La CIA es hoy un elemento esencial de una estrategia que prima las operaciones especiales y los ataques con aviones teledirigidos (de los que la Agencia posee una auténtica flota) sobre las grandes invasiones. La llegada a Langley, la sede de la CIA, de Petraeus —el general estrella que escribió el manual de contrainsurgencia que cambió la guerra de Irak tras los fracasos iniciales de los que participó— marcó un punto culminante en esta vía.
Obama, ante su segundo mandato, va a tener que remodelar todo su equipo exterior y de seguridad. Sería la ocasión para desmilitarizar la CIA, cuyos cometidos como servicio de inteligencia deben ser otros.
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