The Reason for the Gun Culture in the United States

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Posted on December 24, 2012.

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Estados Unidos adora las armas. Esa es una realidad. Un 69% de la población confiesa haber

disparado alguna vez y un 47% reconoce que tiene al menos un arma en su casa, según

encuestas de Gallup. Pero la cultura de las armas, conectada a las raíces de esta nación, ha

sido también utilizada por la Asociación Nacional del Rifle (NRA), el principal lobby del sector,

para la defensa de un negocio muy lucrativo que ha crecido desproporcionadamente en los

últimos años.

La Segunda Enmienda de la Constitución norteamericana, que reconoce, según algunos,

incluido el actual Tribunal Supremo, el derecho a poseer armas de fuego, fue redactada por

James Madison, un sureño, socio de Thomas Jefferson, para mitigar las sospechas de sus

paisanos sobre la intención de los federalistas de Nueva Inglaterra de crear un estado central

acaparador y opresivo.

Esa Enmienda dice, textualmente, que “siendo necesaria una bien regulada milicia para la

seguridad de un estado libre, el derecho del pueblo a tener y portar armas no debe de ser

infringido”. Sobre ese texto se han hecho interpretaciones diferentes de forma constante casi

desde el mismo momento de su publicación. Algunos juristas, incluidos miembros de otros

anteriores tribunales supremos, entienden que se refiere exclusivamente a un periodo anterior

a la creación de un ejército nacional de EE UU, cuando las milicias eran aún el principal cuerpo

de protección de los ciudadanos, y a las rudimentarias armas de defensa personal que existían

en aquel momento.

En todo caso, en este país ha sobrevivido, ciertamente, un espíritu de desconfianza hacia el

estado que lleva a muchos ciudadanos a asumir ellos mismos la responsabilidad de proteger a

sus familias. Ello se une a un estilo de vida, en comunidades alejadas de los centros urbanos,

que hace difícil el cumplimiento por parte de las autoridades de su obligación de mantener

segura a la población.

Ese es un problema que ha sido debatido durante décadas sin

encontrársele fácil solución. Los políticos están obligados, en última

instancia, a respetar las leyes y la voluntad de los ciudadanos.

Lo que es discutible es que esa particularidad de la sociedad

norteamericana justifique el comercio de armas que se ha producido

en los últimos 40 años y, especialmente, en los últimos diez, en los

que el FBI ha detectado que el número de armas se ha duplicado.

Hay que recordar que la utilización de la Segunda Enmienda para

amparar la posesión de armas no ha sido siempre un argumento

de derecha, como es hoy. Como recuerda la profesora de Harvard Jill

Lepore en un artículo en The New Yorker, Malcolm X animó a sus

seguidores a armarse, con base en la Segunda Enmienda, y, en los

años sesenta, los Panteras Negras reclamaron el derecho a la

autodefensa con la misma excusa constitucional.

Fue, sin embargo, la irrupción de la NRA en la política lo que llevó las

cosas hasta el punto en el que hoy están: 300 millones de armas en

manos privadas y unos 30.000 muertos al año –incluidos unos

14.000 por suicidios- por armas de fuego.

La NRA existe desde mediados del siglo XIX, pero siempre fue una organización de

aficionados a la caza y a las armas, en su sentido más recreativo. Su transformación en lobby

de la industria del armamento no se produjo hasta 1975, y su participación en política, algo

más tarde. Ronald Reagan fue, en 1980, el primer candidato presidencial oficialmente

respaldado por la NRA.

Desde entonces, su ascenso ha sido vertiginoso. Hoy es la organización que más dinero gasta

en campañas políticas y que más influencia tiene en el Congreso, donde muchos de sus

miembros le deben el escaño. Su estrategia es sencilla: propagar el miedo para que la gente

se anime a comprar armas. Con Barack Obama en la Casa Blanca, más miedo y más armas. El

último año, récord histórico de ventas.

Es posible que el origen de todo esto esté en la cultura de las armas de EE UU. Pero, desde

luego, sus consecuencias actuales no son, muy probablemente, las que calculó Madison.

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