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En las últimas décadas, y especialmente en tiempos de buenos precios, los ingresos por las exportaciones de carbón le permitieron al país disfrutar un panorama holgado en el sector externo. Las regalías del carbón, no obstante la corrupción, generaron empleo y financiaron obras en beneficio de las comunidades.

Hoy aparecen nubarrones en el horizonte y en el precio del carbón hay más presiones a la baja, que al alza. Para ilustrar este fenómeno, el precio de la tonelada, que en enero estaba a US$110, hoy ronda los US$60. El Ministerio de Hacienda espera un precio de US$75 por tonelada de carbón para 2013; y una producción de 98 millones de toneladas frente a las 93 estimadas para este año. Me temo, sin embargo, que estas proyecciones son optimistas y un descache de US$20 por tonelada puede representarle al país en menores ingresos la no despreciable suma de US$1.960 millones. Un nuevo empuje de China e India, cuyo consumo de carbón es ilimitado, puede obviamente desdibujar este panorama. Sin embargo, tanto Australia como Sudáfrica son más competitivos que nosotros.

La baja en los precios se debe en buena parte al cambio en la matriz energética de Estados Unidos. Al ser EE.UU. el principal consumidor de energía del mundo, por razones obvias va a impactar el panorama energético global. Las nuevas tecnologías de fracturación de rocas, como lo señalaba recientemente un informe de prensa, “han permitido el desarrollo de importantes recursos de gas y petróleo no convencional, cambiando sustancialmente la ecuación energética mundial”. La revolución del esquisto comenzó hace 10 años y hoy a llevado a los EE.UU. a ser el principal productor de gas en el mundo, muy por encima de Rusia. La Agencia Internacional de Energía (EIA) estima que el aumento en la producción de gas natural, entre los años 2009 y 2035, llegará por cuenta del gas de esquisto, hasta representar el 46% de toda la extracción mundial. En el caso del crudo, los Estados Unidos revirtieron la caída de producción de petróleo en 2008 y para 2017 van a volver a ser el principal productor global de hidrocarburos, generando importantes excedentes que serán colocados en los mercados mundiales.

¿Pero por qué un cambio energético en Estados Unidos, especialmente en el sector del gas, puede tener importantes repercusiones para el carbón de Colombia? En primer lugar porque los EE.UU. ha dejado de ser importador neto de carbón. (Al haber bajado el precio del gas hasta niveles de 2,5 dólares por millón de BTU, la inmensa mayoría de las plantas térmicas que generan electricidad han dejado de alimentar sus calderas con carbón para pasarse a gas). Adicionalmente las autoridades ambientales no han vuelto a otorgar licencias a plantas que funcionan con base en carbón. En segundo lugar, buena parte del carbón estadounidense, al no tener salida en el mercado doméstico, va a terminar en los mercados internacionales, aumentando de manera importante la oferta exportable global, contribuyendo a presionar los precios a la baja. Finalmente, la demanda interna en EE.UU. no va poder absorber los aumentos en la producción de gas, lo que llevará a los estadounidenses a exportar parte de su producción, gas que muy probablemente va a reemplazar la demanda por carbón en Europa y Japón, lo cual a su vez va a deprimir, aun más, los precios.

¿Puede Colombia hacer algo ante el sombrío panorama estructural, no coyuntural, que enfrenta el carbón? En el corto plazo, poco. A mediano plazo debemos extraer el gas metano asociado a los mantos del carbón. Pero el enorme desafío radica es en darle valor agregado al carbón transformándolo en electricidad. El combustible del futuro es la electricidad y concretamente Colombia está idealmente posicionada pare ser la gran potencia eléctrica del continente. ¡Ojalá aprovechemos estos nubarrones para replantear nuestra política energética!

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