Siempre que voy a Nueva York me quedo unos días con mi sobrino-hijo y mi nieto, pequeño geniecillo en matemáticas que va a ser transferido a una escuela especial, porque, entre otras razones, la escuela convencional le aburre a mares y le provoca unos ataques de mal humor que su profesora, entrenada en viejos métodos pedagógicos, no sabe manejar. Lo que no soporta la inteligencia es el tedio y el tedio, en la niñez, se combate con actividades y responsabilidad temprana, convirtiendo a los que “más saben” en ayudantes del profesorado.
En la casa hay una perrita, tranquila, amorosa, que cuando el niño empieza a “jugar” con sus video games, consistentes todos en cazar al enemigo, sea este animal o persona, se vuelve como loca. Corre entonces de un lugar a otro de la sala, muerde los muebles, se encarama en la cama, y no nos ataca porque somos sus amos.
¿Ves lo que esos “video games” provocan en la perrita? Es exactamente lo que provoca en el cerebro de tu hijo, quien ya tiene un problema con una inteligencia que le sobrepasa. Ese niño debería escuchar música tranquila cuando llega a la casa y ver películas acordes con su edad, con tramas simples y humanitarias (¿recuerdan a Lassie?) que todos nosotros vimos cuando teníamos siete años. Además, ese niño tiene que irse a dormir a un horario establecido y hay que monitorear la televisión, porque lo que se está viendo ahora, (sobre todo las series investigativas) son clases de cómo matar.
Cuando leí que un joven había asesinado a la madre y de paso había exterminado una veintena de niños y niñas, entre cinco, seis y siete años, enseguida llamé a mi sobrino. ¿Ves? Y lloramos ambos. No puedo ponerme en los zapatos de unos padres que visten a su niño, le preparan la mochila y lo envían a la escuela sin siquiera imaginar que esa será la última vez que lo verán con vida.
Nadie parece entender nada. Se investiga la vida de la madre, una profesora en apariencia normal y apacible, pero que alardeaba de su colección de armas y de sus clases de tiro, ¿para defenderse de quién? Y obligó a su hijo a entrenarse, aunque ya había sido diagnosticado como esquizofrénico.
Nadie parece entender nada, en una comunidad blanca y rica del más rico condado de los Estados Unidos: Connecticut, paraíso donde la gente existe ignorando que es parte de una familia universal, donde la mayoría muere de frio y de hambre, y conflictos armados, y quien se atrevió a denunciarlo, en una canción que se llama precisamente Feliz Navidad, fue asesinado en la acera.
De John Lennon les hablaré en un próximo artículo.
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