El objetivo es lograr una reforma migratoria en Estados Unidos que legalice a millones de indocumentados. Pero la pregunta es: ¿Buscamos todo de una vez o poco a poquito?
Hay dos teorías. Una la del presidente Barack Obama y los demócratas que buscará de un solo golpe un cambio total para legalizar a la mayoría de los 11 millones de indocumentados. Ellos creen que las pasadas elecciones -que le dieron a Obama el 71% del voto hispano y a Mitt Romney sólo el 27%- son un mandato para aprobar y pronto una reforma migratoria. Esta es la teoría del todo.
La otra teoría es la de los republicanos que buscarán una solución gradual y por varios años. Ellos, antes de legalizar a un solo indocumentado, quieren primero tres cosas: reforzar la seguridad en la frontera, un sistema infalible de verificación de empleados legales y un programa funcional de trabajadores temporales. Si logran esas tres cosas, y sólo entonces, estarían dispuestos a empezar a legalizar a los 11 millones de indocumentados que hay en el país. Y para eso empezarían con los ‘Dreamers’,’ los hijos de los trabajadores indocumentados que fueron traídos a Estados Unidos antes de cumplir 18 años. Esta es la teoría del poco a poquito.
Ya sabemos que después de su segunda toma de posesión -el 20 de enero- Obama presionará al Congreso en Washington para una reforma migratoria. Lo ha dicho varias veces. Lo que no ha dicho es si elaborará su propia legislación o si lo dejará a los congresistas demócratas. Sea como sea, lo importante es que el Presidente tome acción y se involucre totalmente en el proceso. Si lo hizo para cambiar el sistema de salud, lo puede hacer también con la cuestión migratoria.
La realidad es que hoy no existen los 60 votos en el senado y los 238 en la cámara de representantes para aprobar una nueva ley migratoria. El Presidente y los demócratas esperan que los republicanos estén asustados por su escaso apoyo entre los votantes hispanos y acepten negociar. Pero el miedo no es suficiente.
Hay muchos republicanos que se oponen tanto a la ciudadanía para los indocumentados como a los aumentos de impuestos. Ven la legislación como una ‘amnistía’, y no importa cuánto los defensores de la inmigración insistan en que las soluciones sugeridas no son indultos ni absoluciones para los inmigrantes -ya que habrá sanciones, retrasos y limitaciones-, no dan su brazo (y su voto) a torcer.
La verdad es que hay millones de indocumentados que aceptarían lo mínimo -es decir, un permiso de trabajo y que no los deporten. Con eso se darían por bien servidos. Su prioridad no es convertirse en ciudadanos de Estados Unidos. Eso lo dejarían para sus hijos. Pero Estados Unidos no puede aceptar ciudadanos a medias. Si todos somos iguales, los indocumentados también deben tener la oportunidad de convertirse en ciudadanos estadounidenses.
¿Cómo lo hacemos? ¿Todo o poco a poquito?
Todo. Esa es la consigna.
La organización United We Dream, que agrupa a miles de estudiantes indocumentados, nos está dando el ejemplo. Ellos decidieron en un reciente encuentro en Kansas City, Missouri, que buscarán una reforma migratoria total, para ayudar también a sus padres. Hubiera sido más fácil, políticamente, apoyar primero el Dream Act. Pero no querían salvarse solos. Y decidieron, también, poner presión para hacerlo a principios del próximo año.
¿Por qué no hacerlo paso a paso y durante varios años? Porque ya hemos esperado demasiado y porque convertiría el asunto en un tema de campaña electoral cada dos años. Esa parece, más bien, una fórmula para un rotundo fracaso. Además, el acuerdo bipartidista para evitar el abismo fiscal es un buen precedente para el debate migratorio. Si ya se pusieron de acuerdo una vez, lo pueden volver a hacer.
Barack Obama sólo tenía 25 años cuando se aprobó la última reforma migratoria. El presidente George W. Bush la prometió en el año 2000 pero los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001 lo cambiaron todo. Tras la elección del 2012 quedó claro que esta es una prioridad de los hispanos, el grupo de mayor crecimiento entre el electorado norteamericano.
Para los que consideran que hay que seguir esperando, piensen nada más en los padres de familia que salen de su casa cada mañana y que no saben si esa misma noche podrán ver a sus hijos. Un arresto, una redada y hasta una simple infracción de tráfico puede terminar en una deportación y en una tragedia familiar.
Se acabó el tiempo de esperar. Si algo hemos aprendido los inmigrantes es que Estados Unidos, cuando quiere algo, es un país que no espera.
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