Hats Off To Hillary Clinton

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Hillary Clinton deja la Secretaría de Estado en manos de John Kerry y lo hará entre muy merecidos parabienes. Sus comienzos no fueron nada prometedores: lastrada por ser la “mujer de” (nada menos que) Bill Clinton, la perdedora de las primarias ante Obama y con escasísima experiencia en política exterior, muchos interpretaron su designación en clave de política interna (“mejor tener al enemigo dentro que fuera”) y auguraron lo peor para la política exterior de Estados Unidos justo cuando el legado de los ocho años de Bush más necesario hacía poner en marcha una política exterior novedosa y valiente.

Pues se equivocaron. Hillary Clinton ha sido una magnífica Secretaria de Estado, integrándose muy eficazmente y con toda lealtad en el equipo de Obama y a sus órdenes, algo no muy frecuente a este lado del Atlántico y que habla, una vez más, de las virtudes de la cultura política estadounidense. Como Hillary ha demostrado, ser una buena perdedora y una triunfadora son dos caras de la misma moneda. Su secreto ha estado en el trabajo constante, en el carácter abierto y dialogante y en la capacidad de construir equipos de primera calidad y dejarse asesorar. Hillary no ha querido imprimir un toque personal a su mandato sino hacerlo bien y con profesionalidad, y lo ha conseguido.

Si hay una paradoja en el mandato de Hillary es que su excelente hacer no se haya visto acompañado por resultados espectaculares. La relación con China sigue estando marcada por los recelos y las tensiones en temas de derechos humanos y comerciales, máxime desde que Estados Unidos anunciara el “pívot” hacia Asia de su política exterior. La relación con Rusia, pese al intento de “reiniciar” (reset), está en pleno retroceso y degradación. El intratable conflicto palestino-israelí sigue más o menos donde estaba, con Netanyahu manejando tan hábilmente la política interna estadounidense que se ha podido permitir el lujo de ignorar y ningunear sistemáticamente a Obama. Y respecto a la reconstrucción del diálogo con el mundo árabe y musulmán, una de las prioridades de Obama desde su discurso en El Cairo, la diplomacia estadounidense ha podido limar las aristas más visibles, especialmente después de la intervención en Libia, pero de ahí a cambiar la percepción dominante sobre Estados Unidos queda un buen trecho. Por lo demás, tanto Irán como Corea del Norte siguen jugando con la paciencia de Estados Unidos.

¿Qué hacer de esta contradicción entre una buena gestión y unos resultados no muy espectaculares? ¿A quien atribuir la responsabilidad? El mundo ahí fuera es un lugar complicado, podría alegarse encogiéndose de hombros. Estados Unidos es el actor principal de este juego llamado política exterior pero eso no le garantiza el éxito. Como señaló Paul Kennedy en un interesante artículo publicado el 19 de octubre pasado en el New York Times (American foreign policy drifting slowly downstream), “saber ir corriente abajo” sin chocar con nada ni con nadie también requiere mucha maestría. El legado de Bush era una política exterior empeñada en ir contra corriente aunque eso supusiera ir contra todo y contra todos: darle la vuelta y conducirse con humildad, consciente de las limitaciones y las debilidades, es una muestra de inteligencia, tanto de Hillary como de Obama.

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