De viaje por los Estados Unidos, no pude dejar de seguir dos importantes eventos de la política norteamericana, que dicen mucho de la democracia en ese país.
El primero fue la “inauguración” del segundo periodo presidencial del presidente Obama. Se trata de una ceremonia que se ha cumplido religiosamente, cada cuatro años, en estricto apego a ciertas reglas constitucionales y tradiciones políticas que tienen más de doscientos años de antigüedad.
Si bien se han ido incorporando actividades complementarias, la “inauguración” norteamericana tiene como propósito esencial que el Presidente electo, antes de asumir sus funciones, jure “preservar, proteger y defender la Constitución de los Estados Unidos”. Tan importante es dicho formalismo que, luego de la inauguración de 2009, el presidente Obama tuvo que repetir su juramento pues inintencionalmente cambió el orden de las palabras que debía pronunciar. En este año, al retirarse de la ceremonia, volteó a hacer una postrera “foto mental” de la multitud congregada frente al Capitolio, consciente de que sería la última vez que se elegiría Presidente.
Tanta solemnidad y tal respeto por las normas y las formas, marcan un amplio contraste con lo que ocurre en algunos países de Latinoamérica en donde a cierto Presidente se le permitió asumir funciones luego de negarse a jurar defender -mucho menos preservar- la Constitución que lo llevó al poder; a otro se le permitió inaugurar su mandato cuando su salud se lo permita y continuar “gobernando” desde un país extranjero; Y ambos han buscado activamente extender sus mandatos más allá del periodo para el que fueron originalmente elegidos.
El segundo evento fue la comparecencia ante una comisión legislativa de la secretaria de Estado Hillary Clinton, para responder sobre la muerte de diplomáticos norteamericanos en la ciudad de Bengasi el año pasado. Independientemente del resultado de dicha comparecencia, el hecho relevante fue que la prestigiosa Secretaria de Estado, acudió sin chistar a la convocatoria de los legisladores y respondió a sus cuestionamientos frente a todos los medios de comunicación.
No se le habría ocurrido al presidente Obama argumentar que el importante respaldo electoral que acababa de recibir, validaba todas las acciones de su gobierno y de sus funcionarios. No evitó exponer a un ‘show mediático’ a su Secretaria de Estado, quien además es uno de los líderes demócratas más populares de EEUU. Tampoco se le ocurrió decir que, puesto que perdieron las elecciones, los republicanos, no tenían autoridad para cuestionar a funcionarios de su Gobierno.
El que una sociedad mayoritariamente blanca haya elegido dos veces a un Presidente de color, es apenas una muestra de las virtudes de una democracia como la “gringa”. Tan distante de los ‘circos al aire libre’ en que se han convertido algunas democracias latinoamericanas.
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