Ocho años atrás, en su campaña para regresar a Palacio de Gobierno, Alan García decía que no era necesario firmar un tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos. Para él, el TLC era el cuco que se comería a nuestro agro, industria y consumidores. Una vez que fue presidente, sin embargo, García se convirtió en impulsor de dicho tratado y su gestión se caracterizó por una decidida voluntad de seguir firmando TLC y abriendo puertas para la integración comercial con el mundo.
García, como se sabe, no ha sido el único candidato presidencial que hizo campaña asustando con este cuco. Cinco años después, en las siguientes elecciones, Ollanta Humala declaró en un programa de televisión que “a la nación se la humilla firmando tratados de libre comercio que obligan a entregar nuestra soberanía a cambio de ventajas inciertas”. En ese momento, el ahora presidente calificaba los TLC de “mamotretos” que “había que renegociar” y su plan de gobierno original –“La gran transformación”– señalaba que ellos llevaban a que “la actividad económica decline”. De hecho, esta posición llegó a ser incluso defendida a golpes (literalmente) por Gana Perú: todos recordamos el penoso escándalo que protagonizaron las congresistas electas Nancy Obregón y Elsa Malpartida, quienes, el día en que el Congreso ratificó el TLC con Estados Unidos, agredieron al personal de seguridad del Parlamento cuando este impidió que ellas, por la fuerza, interrumpieran la votación del pleno. No obstante, ya en Palacio, Humala reconsideró su posición antiapertura y se convirtió, al estilo de García, en promotor de nuevos tratados comerciales, como el TLC con la Unión Europea.
Los últimos años han demostrado que estos milagrosos episodios de radical conversión ideológica fueron afortunados para el país. Esta semana, por ejemplo, publicamos la noticia de que a cuatro años de celebrado el TLC con Estados Unidos el comercio con este país creció 105%. Asimismo, según Amcham Perú, desde el 2009 las compras de productos peruanos por parte de los estadounidenses han crecido anualmente en 20% y, según la Asociación de Exportadores, Estados Unidos fue el segundo destino de nuestras exportaciones en el 2012. Al contrario de lo que se sostuvo en “La gran transformación”, la actividad económica aumentó y resultó falso que el acuerdo no iba a traer ventajas para los productores nacionales.
Por otro lado, la agricultura peruana tampoco terminó siendo la gran perdedora del acuerdo, como algunos habían pronosticado. Según información de Cómex-Perú, el agro ahora exporta más de lo que exportaba antes de entrar en vigencia el tratado. En el 2008 las exportaciones agrícolas tradicionales a Estados Unidos fueron de US$167 millones y para el 2012 llegaron a US$217 millones (habiendo alcanzado el año anterior la suma histórica de US$415 millones). Las exportaciones agropecuarias no tradicionales, por su parte, pasaron de US$586 millones en el 2008 a US$901 millones el año pasado. Los espárragos y el café, además, se han convertido en el cuarto y quinto producto peruano de exportación hacia Estados Unidos.
¿Sucedió acaso, como muchos profetizaban, que el TLC nos llevó a ser un país solo exportador de materias primas? Pues no. El tratado abrió la posibilidad de que se desarrollasen importantes industrias en nuestro país gracias al acceso a uno de los mercados más grandes del mundo. En el 2012 la industria metalmecánica, por ejemplo, exportó casi un 50% más que en el 2008.
Por suerte, en los últimos años la verdadera gran transformación que presenciamos fue la del pensamiento de Humala y García sobre la liberalización comercial. Ella permitió que los peruanos amplíen sus posibilidades de hacer más negocios, compren en mejores términos y, en buena cuenta, eleven su calidad de vida.
Esta experiencia del TLC con Estados Unidos prueba que debemos celebrar que el actual gobierno haya firmado un tratado con la Unión Europea. Demuestra también que el presidente Humala debería abrir nuevos mercados para el Perú, como los de los países que el año pasado participaron en la cumbre de ASPA, que juntos concentran un número de consumidores mayor que el de Estados Unidos. Finalmente, dicha experiencia nos debería enseñar una lección importante para cuando aparezca un nuevo político que, en época de elecciones, quiera asustarnos diciéndonos que los TLC no benefician al país: ese cuco no existe.
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