An Oscar for the Internet

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No es una de las categorías más glamorosas y por eso mismo resulta más interesante. El Oscar a Mejor Cortometraje Documental se lo llevó Inocente, la historia de una artista inmigrante ilegal, indocumentada e indigente de 15 años, en California.

Perseguida por la migra, Inocente ha vivido sin hogar durante los últimos 9 años. Su padre fue deportado por abuso doméstico. Su madre, abandonada al alcoholismo, una vez la llevó a un puente para tratar de saltar junto a sus tres hermanos. Y a pesar de todo, ella lucha, en las calles, por su sueño de convertirse en artista.

A través de su historia, los documentalistas Sean y Andrea Fine abordan no solo el problema de la migración ilegal, sino de los niños sin hogar en los Estados Unidos: 1 de cada 45 niños estadounidenses es indigente, en lo que representa un dramático aumento del 40% desde que estalló la crisis económica en 2008.

Los Fine consiguieron completar la producción y la edición de su corto documental, de 40 minutos. Pero, siendo un proyecto independiente, de un género no comercial, ya no tenían más dinero para sacar copias en distintos formatos y distribuirlas en los concursos internacionales. También necesitaban dinero para crear una web que provea de información sobre el film, sus autores, los temas delicados que trata y, también, fechas de estreno en distintas localidades. Y, por último, necesitaban diseñar, producir y distribuir un póster para promocionar la película.

Y aquí es cuando entra Internet a colación. Los Fine recurrieron a Kickstarter, la famosa web de crowdfunding o, como se suele traducir, “financiamiento en masa”. El problema con la traducción es que, precisamente, no es “la masa” quien financia en el crowdfunding. Más bien, lo que permite Kickstarter (y otras webs similares) es que una pequeña comunidad de intereses pueda aportar dinero para proyectos con los que simpatizan, a cambio de retribuciones más bien simbólicas.

Por ejemplo, Inocente. Su meta era conseguir 50 mil dólares en un mes y consiguieron US$ 52.527 de solo 294 personas. Esas 294 personas difícilmente son una masa, pero consiguieron, en neto, mucho más de lo que consigue en bruto la mayoría de películas peruanas, incluso las que tienen aspiraciones comerciales.

Esto es posible porque Internet permite la formación de nichos muy específicos de gente con determinados intereses. Gracias a las redes, se pueden formar comunidades de gente afín a lo que sea: desde las perversiones sexuales más delirantes hasta padres de familia fanáticos de Mi pequeño pony, pasando, por supuesto por esas trescientas personas que quieren ver un documental sobre una artista adolescente inmigrante de las calles de San Diego.

Esta posibilidad de llegar exactamente a gente tan interesada en un tema que está dispuesta a dar más de lo usual para un proyecto (la mitad de los aportantes dieron menos de 100 dólares a cambio de un “gracias”, un DVD del corto o un polo) es exclusiva de Internet. Pero también es exclusiva de entornos en los que se incentivan las transacciones monetarias en la red y en los que los proyectos basados en Internet tienen apoyo legal y tributario. El Oscar de Inocente es un ejemplo de las posibilidades que nos da Internet, pero también de las limitaciones en las que nos encierra nuestro orden local.

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