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El secuestro de Estados Unidos
Los republicanos se aferran en evitar que la minoría privilegiada pague más impuestos
ALFREDO TORO HARDY | EL UNIVERSAL
jueves 7 de marzo de 2013 12:00 AM
Tras haber superado en el último segundo el llamado barranco fiscal, a comienzos de año, el Congreso y el gobierno de Estados Unidos no lograron ponerse de acuerdo, a inicio de este mes, para evitar el denominado secuestro presupuestario. El “secuestro” no es otra cosa que la entrada en vigencia de un recorte presupuestario indiscriminado y de magnitud desproporcionada, deliberadamente diseñado por ambas fracciones parlamentarias, como fórmula de presión para inducirlas a un acuerdo de reducción racional al déficit fiscal. No obstante, a pesar de la amenaza de castigo autoimpuesta, el acuerdo fue imposible. Así las cosas, 1.2 millón de millones de dólares en cortes presupuestarios deberán ejecutarse en los próximos diez años, de los cuales 85 millardos se corresponden al presente ejercicio fiscal. Lo ocurrido pone en evidencia tres cosas.
La primera es la crisis profunda de gobernabilidad por la que atraviesa EEUU. Constitucionalmente el suyo es un sistema de poderes contrapuestos llamado a promover la cooperación entre fuerzas que, de oponerse, bloquearían la toma de decisiones. Sin embargo en tiempos de polarización política e ideológica extrema, como el actual, no hay cooperación posible. La única forma de garantizar el proceso de toma de decisiones, bajo tales circunstancias, es cuando una mayoría parlamentaria coincide en signo político con la Casa Blanca. Ello, no obstante, solo ha ocurrido durante ocho de los últimos treinta y dos años. Siendo así, la crisis de gobernabilidad desaparecerá solamente cuando uno de los dos partidos se imponga decisivamente sobre el otro.
La segunda es que Estados Unidos se adentra, siguiendo el ejemplo de Europa, en una fase de clara austeridad fiscal. Washington se dispone a reproducir las políticas de la Eurozona a pesar de que la austeridad en aquella es resultante de una camisa de fuerza macroeconómica y de una falta de control sobre su moneda, totalmente ajenas a la realidad económica estadounidense. Y también a pesar de las advertencias formuladas, a comienzos de la semana pasada, por el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernake, para quien el problema de la economía estadounidense no es que su gobierno esté gastando demasiado sino que no lo está haciendo en medida suficiente. Más aún, para éste la aplicación de políticas de contracción presupuestaria no solo afectaría la recuperación del empleo sino la de la economía misma, haciendo más difícil por extensión la reducción del propio déficit fiscal.
La tercera es la falta de sintonía del partido Republicano con la realidad de su país. A pesar de que los 400 estadounidenses más adinerados disponen de una riqueza combinada superior a la de los 150 millones de sus compatriotas más pobres y de que el 1% de arriba es más rico que 90% de sus conciudadanos, los republicanos se aferran en evitar que la minoría privilegiada pague más impuestos. De allí parte fundamental del desacuerdo para reducir el déficit fiscal. No satisfechos con haberse alienado a la mayoría de los hispanos, los negros, las mujeres y los jóvenes, los republicanos van también a contracorriente de la clase media. Ello parece augurarles un declive inevitable.
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