Chávez y Estados Unidos
Ojalá Washington comprenda el papel protagónico que juega Venezuela en la geopolítica regional
En febrero de 1999 me reuní con el presidente Chávez en La Casona. Pocos días después debía partir a Washington para hacerme cargo de nuestra embajada allí y era el momento de recibir sus instrucciones con respecto a la tarea a cumplir. Sus palabras fueron precisas: mantener relaciones cordiales sustentadas en el respeto recíproco. De hecho algunas semanas antes, en tanto embajador designado a Estados Unidos, me había tocado acompañar al presidente electo en su viaje a ese país y ser testigo de su reunión con el presidente Clinton. Fue el primero de tres encuentros entre ambos jefes de Estado cuyo denominador común fue precisamente la cordialidad y el respeto recíproco.
A pesar de que Washington no estaba acostumbrado a posturas de clara independencia frente a sus políticas, por parte de un presidente latinoamericano, la administración Clinton supo asimilarlas, manteniendo las relaciones bilaterales en un plano constructivo. Ello cambió drásticamente con la llegada de Bush al poder. El tono y la actitud de las nuevas autoridades con responsabilidad sobre América Latina, en consonancia con el estilo de dicha administración, vinieron cargados de prepotencia e ideología. El suyo era un mundo de satélites en el que no se admitía la disidencia ni la independencia de criterio.
No pasó mucho tiempo antes de que el nuevo gobierno estadounidense comenzara a dar luz verde y a actuar en connivencia con el aventurerismo político extremo que caracterizó a la oposición venezolana en aquellos tiempos. Ello resultó paralelo a los esfuerzos sostenidos ante gobiernos amigos para arrinconar a Venezuela. En algunos casos, como en el de la España de Aznar, esto dio resultado. En otros, como en el de la Gran Bretaña de Blair, sus intentos no prosperaron. Gracias al apoyo dado a Chávez por la totalidad de los sindicatos británicos y por la izquierda del Partido Laborista, Venezuela se convirtió en el único ejemplo internacional en el que Blair no pudo hacer causa común con Bush.
La llegada de Obama pareció presagiar una vuelta a los parámetros de su antecesor demócrata en relación a Venezuela. Tal fue el deseo expreso del presidente Chávez quien en Trinidad le dijo al nuevo inquilino de la Casa Blanca que quería ser su amigo. Lamentablemente la política exterior implementada por Hillary Clinton pareció con frecuencia más una continuación de la de Bush que un regreso a la de su marido.
En su intento por aislar a Venezuela en América Latina y el Caribe, Washington terminó aislándose de la región. El fuerte impulso de nuestro fallecido presidente resultó fundamental para integrar a la región en torno a un conjunto de instituciones novedosas, cuya expresión más lograda es la Celac. En esta última, en la que tienen cabida 33 países, 590 millones de habitantes y 20 millones de kilómetros cuadrados, no participa Estados Unidos. Pero junto a los logros de la integración está la nueva presencia económica de China en esta parte del mundo, por la que también el presidente Chávez hizo mucho. Ojalá EEUU comprenda el papel protagónico que juega Venezuela en la geopolítica regional y propicie un reencuentro basado en el respeto a nuestra condición soberana.
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