On Feb. 12, 2013, in his annual State of the Union address, President Barack Obama unilaterally announced that negotiations for a Transatlantic Trade and Investment Partnership with the European Union were underway.
The story he broke was confirmed hours later, with a joint declaration from the American president and the presidents of the European Council, Herman Van Rompuy, and the European Commission, José Manuel Barroso.
The idea of creating a Transatlantic Free Trade Area was born in 1992, as a side-note in negotiations for the North American Free Trade Agreement — obviously an expansion project that Washington wanted to take to the European Union.
At that time, the United States demanded the proposal’s postponement until the World Trade Organization was more stable, fearing that the two projects might inhibit one other rather than acting as a mutual source of strength.
This creation is just one facet of a much wider project, that includes the establishment of a genuinely supranational government, complete with its Transatlantic Economic Council, Transatlantic Political Council and Transatlantic Parliamentary Forum. These three bodies were all conceived under the radar, without the slightest publicity.
The design of these entities calls to mind an age-old plan to create one big capitalist bloc that would group together all states with Anglo-American influence. Vestiges of this project are seen in the secret clauses of the Marshall Plan and, above all, in Article 2 of the North Atlantic Treaty.
This is why the terms Transatlantic Union and “Economic NATO” are used interchangeably. Incidentally, it says a lot that the American body monitoring the project is the National Security Council and not the Department of Commerce.
One can imagine how the Transatlantic Union will work by studying how conflicts over access to personal information have been resolved. The Europeans have rigid privacy protection laws, whereas the Americans have no limits in this domain, so long as they are acting under the pretext of fighting terrorism.
After a number of exchanges on the subject, the Europeans ended up stepping aside as the American model was implemented, with one-way traffic at that: The Americans copied the data of the Europeans, who were not given access to American information.
In the field of economics, they will try to revoke customs rights and break down other barriers — that is to say, eliminate local European rules that stop importation of certain products. Washington hopes to sell its GM-foods, chlorine-treated birds and hormone-fed beef in Europe without resistance. What’s more, it also wants to use personal information about the users of Facebook, Google, etc. with impunity. Recently, Google confirmed that the FBI watches the web to detect potential terrorist activity.
In 2009-10, Barack Obama created a committee of economic advisors presided over by historian Christina Romer, a specialist on the Great Depression, who developed the theory that the only feasible solution to the United States’ current crisis consists of getting European capital to gravitate toward Wall Street.
It is for this reason that Washington forced the closure of the majority of foreign tax havens without links to Anglo-Saxon countries, which had a knock-on effect to the value of the euro. Its long-term strategy is thus reinforced by a mid-term tactic.
Capitalists in search of stability have encountered difficulties while transferring their money to the United States, a process that would be made easier with this “economic NATO.” Thus the United States could save its own economy by gaining European capital — or rather, by mutilating the European economy.
Beyond the inequality of the project, and the immediate deceit it represents, the most important point is that the interests of the United States and the European Union are, in reality, at odds.
The United States and Great Britain are naval powers, and transatlantic trade is a matter of historical interest for them. This was the objective set out in the Atlantic Charter.
Per contra, the Europeans have continental common interests with Russia, especially in terms of energy. Brussels is actively sabotaging those interests by staying at Washington’s beck and call, as though this were still the Cold War era.
El 12 de febrero de 2013, en su anual discurso sobre el Estado de la Unión, el presidente Barack Obama unilateralmente anunció el inicio de negociaciones sobre una Asociación Global Transatlántica de Comercio e Inversión con la Unión Europea.
La primicia fue confirmada horas después, a través de una declaración conjunta del presidente de Estados Unidos y de los presidentes del Consejo Europeo (Herman Van Rompuy) y de la Comisión Europea (José Manuel Barroso) respectivamente.
Al margen de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el proyecto de crear una Zona Transatlántica de Libre Comercio oficialmente nació en 1992, siguiendo un evidente proceso expansivo, Washington lo quería ampliar hasta la Unión Europea.
En dicha época Estados Unidos demandó postergar la absorción hasta que se estabilizara la Organización Mundial del Comercio, temiendo que en vez de fortalecerse mutuamente, los dos proyectos pudieran interferirse recíprocamente.
Tal creación es sólo una faceta de un proyecto mucho más amplio, que incluye la instauración de un verdadero gobierno supranacional con un Consejo Económico Transatlántico, un Consejo Político Transatlántico y una Asamblea Parlamentaria Transatlántica. Esos tres órganos ya se crearon embrionariamente sin que se les diese la más mínima publicidad.
El diseño de dichos órganos, rememora un proyecto muy antiguo de creación de un gran bloque capitalista que reuniría a todos los Estados con influencia anglo-estadounidense, sus vestigios están presentes en las cláusulas secretas del Plan Marshall y sobre todo, en el Artículo 2 del Tratado del Atlántico Norte.
Por ello, indistintamente se habla de Unión Transatlántica o de OTAN económica. Por cierto, resulta revelador, el hecho que el organismo estadounidense que da seguimiento a ese proyecto no es el Departamento de Comercio sino el Consejo de Seguridad Nacional.
Es factible imaginar lo que será el funcionamiento de la Unión Transatlántica, observando de qué manera se han resuelto los conflictos sobre el acceso a los datos personales. Los europeos tienen rígidas normas de protección de la privacidad, mientras que en ese terreno los estadounidenses pueden hacer cualquier cosa so pretexto de su lucha contra el terrorismo.
Tras varios intercambios sobre el tema, los europeos acabaron doblegándose ante los estadounidenses quienes impusieron su propio modelo, el cual además funciona en un sólo sentido, los estadounidenses copiaron los datos de los europeos mientras que estos no han tenido acceso a la información estadounidense.
En el ámbito económico tratarán de derogar los derechos aduaneros y las barreras no tarifarias, es decir, liquidar las normas locales europeas que impiden ciertas importaciones. Washington pretende vender tranquilamente en Europa sus OGM, sus aves tratadas con cloro y la carne vacuna alimentada con hormonas. Además quiere utilizar sin impedimento algunos datos personales de los usuarios de Facebook, Google, etc. Recientemente, Google afirmó que la policía federal estadounidense (FBI), vigila la web para detectar una actividad potencial terrorista.
En 2009-2010, Barack Obama creó un Comité de consejeros económicos presidido por la historiadora Christina Romer, especialista de la Gran Depresión de 1929, quien desarrolló la idea de que la única solución factible a la actual crisis en Estados Unidos consiste en lograr que los capitales europeos se desplacen hacia Wall Street.
Por tal razón, Washington hizo cerrar la mayoría de los paraísos fiscales no vinculados a los anglosajones, influyendo posteriormente sobre la cotización del euro. A esa estrategia a largo plazo se suma una táctica a mediano plazo.
Los capitalistas en busca de estabilidad, han encontrado dificultades a la hora de transferir su dinero hacia Estados Unidos, lo cual debe hacerse más fácil con la OTAN económica. Estados Unidos podría salvar así su propia economía captando los capitales europeos o sea menoscabando la economía europea.
Más allá del carácter desigual de ese proyecto y de la trampa que representa en lo inmediato, lo más importante es que los intereses de Estados Unidos y de la Unión Europea son en realidad, divergentes.
Estados Unidos y Gran Bretaña, son potencias marítimas y el comercio transatlántico representa para ellas un interés histórico. Ese fue el objetivo expresado en la Carta del Atlántico.
A contrario sensu, los europeos tienen intereses continentales comunes con Rusia; sobre todo en el plano energético. Bruselas atenta contra dichos intereses, manteniéndose sumisos al dictado de Washington, como si estuviese en tiempos de la guerra fría.
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