A Sad Legacy

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Un triste legado

Estados Unidos siempre ha sido capaz de inventar cualquier cosa con tal de justificar su ambición expansionista. Vean la interpretación y manejo del narcotráfico cuando es evidente que se trata de una autopista donde dos vías van al mismo destino; solo que una es oficial y la otra de contrabando.

Pero bueno, el meollo del asunto está en que: si estos países son, y han sido su mina de oro, por qué no darles un mejor tratamiento; ¿porque piensan que todavía vamos a seguir siendo manejados inocentemente? Han malogrado nuestra democracia, han esquilmado nuestra economía. Y… ¿entonces?

Muestras de abuso en el continente sobran: en 1954, con el cuento de que el gobierno de Arbenz era comunista, invaden el territorio nacional, interrumpen un gobierno legítimo y causan un daño tal, del que aún Guatemala no ha podido resarcirse.

Esas luchas y manifestaciones populares, ese clamor por la tierra, son resabios de la estupidez que cometieron al malinterpretar el verdadero sentido del Decreto 900. “Si tan siquiera un poco visionarios hubiesen sido los vendepatrias (lo digo en mi libro: Comimos muca), no debieron interrumpir el proceso y avance que en materia agrícola se había logrado.

Al contrario, le debieron haber dado vida y hasta lo hubiesen mejorado. Si así se hubiera hecho en nuestros campos no se hubieran posesionado el hambre y la miseria. Pero ni modo, el león sordo no entendía razones, y no entendía porque no hablaba con voz propia”.

El 11 de septiembre de 1973, la derecha recalcitrante de Chile y el sórdido fanatismo de algunos cuadros de la Fuerza Armada, dan al traste con el gobierno de Salvador Allende. Chile adolecía de una economía dependiente, fácil de estrangular, y con ello deshacerse de un gobierno que no era de su agrado.

Dicho de otra manera, el pueblo soberano no les pidió permiso para votar por Allende. Y por eso Richard Nixon comisiona a Henry Kissinger para que por medio de la CIA provoque desasosiegos y polarice la situación. Llamado al que solícitos algunos pundonorosos generales acuden pues ya planificaban la manera de cómo cristalizar el golpe. Logran el objetivo, y convierten al país en un baño de sangre.

Parece mentira pero es cierto, Estados Unidos se fija hasta en lo más mínimo. La isla de Granada es un país independiente en las estribaciones de las Antillas Menores (al sur del Trópico de Cáncer), de apenas 344 Km.2 y una población total de menos de 100 mil habitantes. Fue descubierta el 15 de agosto de 1498, por el almirante Cristóbal Colón, para entonces poblada por arahuacos, quienes son desplazados por los indios caribes a quienes encontraron los ingleses que le ocupan en 1650, luego pasa a manos de los franceses, quienes llevan esclavos a trabajar en las plantaciones de caña.

Hacia 1983, Granada, Martinica y las Granadinas eran gobernadas por el líder izquierdista Maurice Bishop, no muy bien visto por los gobernantes de la Dominica y Barbados, de lo que se agarró Estados Unidos para invadir Saint Georges, después de que Bishop fue ejecutado por Bernard Coard, del mismo partido en el poder.

El motivo, el Movimiento New Jewel se adhería al marxismo, leninismo de la Unión Soviética y Cuba. Y entonces: Estados Unidos debía proteger a un grupo de estudiantes de medicina que se encontraban en la Universidad de Saint Georges. Otra, si: existía el temor de que Granada invadiera las islas cercanas, pues para ello estaba construyendo un aeropuerto que serviría para el aterrizaje de aviones militares.

¿Y eso era cierto? No. Este fue el ardid para ganar apoyo en la invasión de un país pequeño e indefenso. Imagínense, cómo se va invadir a otro país con un ejército de 1,500 soldados y 700 cubanos que no eran militares sino obreros de la construcción, y por eso no presentaron ninguna resistencia a los batallones de helicópteros de ataque y artillería naval.

César Morales De la Rosa, andares1948@hotmail.com

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