AYER decíamos que si Obama –quien tuvo un decidido respaldo de la minoría hispana tanto para ser presidente como para asegurar su reelección– desea dejar algún tipo de proyección perdurable que sea recordado por los latinoamericanos, tipo la “Alianza para el Progreso” con la que Kennedy dejó su huella, debe traer una agenda capaz de revisar la política norteamericana hacia la región y su relación con sus vecinos del sur, a la luz de los bestiales peligros que acechan, de las crudas realidades que enfrentamos, de los difíciles retos que encaramos y no gastar el tiempo conversando sobre trivialidades. Por muy interesantes que luzcan los temas vistos desde un enfoque inmediatista, en realidad, frente al inmenso tamaño de los problemas y del efecto de esa política en el tiempo, no tendrá mayor trascendencia. Coinciden con nosotros analistas de otros países que señalan: “una Centroamérica estable pero no tan unida como pretende aparentar recibirá este fin de semana al presidente de Estados Unidos, que llega al istmo sin una agenda clara y con la chequera vacía”.
El tiempo de un presidente del país más poderoso del mundo es valioso y no es todos los días que los mandatarios centroamericanos –aunque la audiencia sea en grupo y no bilateral como acontece con naciones de mayor peso, digamos, el caso de México, donde hizo su primera escala– tienen la oportunidad al intercambio personal. Obviamente que aquí los dos temas obligados son la inmigración –y ojalá esta vez la reforma migratoria no salga cachinflín como la vez pasada– y la violencia generada por el trasiego de estupefacientes al mercado norteamericano. Por ello es que hablamos no de la asistencia que ofrece un benefactor a sus dependientes necesitados, sino de los aportes que, como obligación, le corresponden a un socio que comparte la responsabilidad en el terrible problema. Se trata, entonces, de insistir sobre esta sangrienta inseguridad generada por el crimen organizado, que todo lo arruina y que nos consume recursos que no tenemos y que ocupamos para lidiar con la gigantesca montaña de problemas económicos y sociales. Pero estos solo son los aspectos curativos de un gran mal que nos aflige.
La agenda, sin embargo, debe ir más allá. Se trata que, si bien el comercio y la apertura de mercados– lograda primero con la Iniciativa de la Cuenca del Caribe y ahora con los tratados de libre comercio– ha ayudado a generar empleos y alguna actividad económica importante, ello no ha detenido los flujos migratorios hacia los Estados Unidos. Mientras persistan las causas del profundo atraso que aquí se padece –ahora agravado por la violencia que desangra estas naciones– la gente va a tener que huir en busca de los trabajos y de las mejores oportunidades que no encuentra en el patio doméstico. La región, todavía respira bajo el aliento de la vieja política norteamericana, diseñada en la década de los 80´s, cuando los conflictos eran de otra naturaleza y lo problemas eran otros. Bien valdría la pena revisar los resultados, hasta ahora, de esa relación con sus aliados de abajo, con intenciones de enderezarla, modificarla –de ser necesario–, mejorarla, complementarla, de acuerdo a las actuales realidades. Eso sí sería una agenda digna de una cumbre de esta naturaleza, como dijimos al inicio, si de dejar algún legado se trata.
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