Un Nobel negro
Barack Obama se convirtió en Presidente de los EE. UU. por ser un negro pispo, medianamente bien educado y sumamente ambicioso, a pesar de que jamás pisó territorio continental de los Estados Unidos hasta los 12 años.
No necesitó para ello un récord académico notable, ni una hoja de vida más meritoria que la de sus competidores blancos. La suya incluía unos modestos meses de labor en el servicio comunal de su barrio y apenas la mitad de un período parlamentario. Su única experiencia como negociador había sido regateando los derechos del libro sobre su vida. De resto, Obama era, como dicen por allá, “what you see is what you get”. Sin apoyo de grandes fortunas o de redes políticas, como Clinton o Bush, Obama logró encarnar el voto de rechazo de quienes querían ver a algún candidato “running against Washington”, una visión que tarde o temprano termina traicionando al votante.
Tan eso se consideró extraordinariamente meritorio, ¡un hombre de color había ganado las elecciones en el país más discriminador del mundo!, que la academia noruega se sintió obligada a concederle a Barack Obama el Premio Nobel de Paz. Y para ser francos, eso hoy habría sido motivo de controversia.
Obama no ha logrado satisfacer a los más preocupados por el respeto a la democracia, a los derechos humanos y la libertad de expresión, usando el papel inspirador que pueda ejercer un presidente de los EE. UU. proyectado hacia el mundo.
Uno de los principales reclamos contra sus promesas inconclusas ha sido su impotencia para acabar con la cárcel de Guantánamo. Hace 15 días, más de 100 prisioneros, en huelga de hambre, seguían obligados a alimentarse por tubos nasales. Son combatientes de bajo nivel –aparentemente no inocentes–, pero solo han sido efectivamente condenados por delitos graves 7 de los 779 prisioneros de los que hace más de diez años son mantenidos incomunicados en el ‘spa’ penal de Guantánamo.
Y sin resolver este grave reclamo por el respeto a los derechos humanos, la semana pasada a Obama le crecieron tres escándalos nuevos, todos relacionados con la privacidad, con la libertad de expresión y con la libertad de prensa.
Contribuyentes norteamericanos militantes del Partido Republicano reclaman que, por razones ideológicas, el gobierno Obama se ensañó contra sus exenciones tributarias. Apenas se calentaba el incidente cuando saltó otro abuso: que a la agencia de prensa AP, funcionarios oficiales de inteligencia les incautaron dos meses de récords telefónicos entre editores y reporteros de la agencia, para hacerle el seguimiento a una filtración.
Pero parece que al Nobel de la Paz se le sigue perdiendo el límite entre el interés público y la libertad de expresión. La inteligencia de los EE. UU. lleva cerca de ocho años recogiendo información supuestamente sobre extranjeros a través de Google, Facebook, Apple, YouTube mediante el programa ‘Prisma’, un sistema de rastreo que se inventó desde el 9-11, pero que ha venido ampliándose a nacionales de EE. UU. durante el gobierno Obama. Se coleccionan correos, chats, fotos, videos, archivos amparados por la sección 215 del Acto Patriótico. No se necesita una sospecha individual para que el gobierno de EE. UU. se sienta autorizado de saber a quién llama uno de sus ciudadanos, por cuánto tiempo, y desde dónde.
La razón de por qué se está abusando de esta posibilidad la explica graciosamente la senadora de California Dianne Feinstein, miembro del Comité de Inteligencia del Senado: “Si no es así, ¿cómo vamos a saber si alguien se va a volver terrorista en el futuro?”.
Por eso, no se rían tanto quienes consideran un absurdo que el próximo Nobel de Paz caiga en el eje Colombia-Cuba-Venezuela. Cosas más absurdas, como la de Obama, se han visto.
Cuando el río suena… O la nueva nómina de la Fundación Buen Gobierno se va de vacaciones mientras la reelección, o por sus altos perfiles, implota.
Leave a Reply
You must be logged in to post a comment.