El mundo político y el mundo aparentemente no-político están consternados, anonadados casi a nivel de sufrir infartos por eso de que el Gobierno de Estados Unidos, a través de organismos especializados de Seguridad Nacional e Internacional, espía a todo el planeta. De esa manera saben en qué momento Putin o Rajoy o Xi Jinping se sientan en una poseta para hacer una necesidad fisiológica o para leer o escribir un documento secreto; conocen qué princesa en una fiesta monárquica se tira un pedo y a quién acusa de su felonía; saben que autoridad gubernamental está metiendo un cheque chimbo o quién recibe un maletín lleno de dólares por otorgar un contrato leonino a un monopolio económico; conocen que chamos patean bien el balón de fútbol o realizan jugadas espectaculares en el béisbol o a qué distancia son capaces de encestar el balón de básquet; saben cuánto de sal le echa una cocinera a un hervido de res o a un hígado encebollado; conocen qué está escribiendo un radical de la izquierda o un resignado que desea ansiosamente saber si su alma irá al Cielo o al Infierno; saben de qué color es la orina de los presidentes que se la pasan hablando pendejadas del inmaculado Presidente de Estados Unidos… Y así, paremos de contar.
En este mundo hay tecnologías casi totalmente secretas precisamente para descubrir secretos. Y esas tecnologías no están al alcance de las naciones denominadas del tercer mundo pero tampoco de unos cuantos países capitalistas desarrollados. Eso es privilegio de imperialismos. Actualmente, producto de las denuncias antes de Assange y ahora de Snowden, hay un escándalo de protestas en el mundo por el espionaje que realiza el Gobierno estadounidense donde da pruebas irrefutables que no se le salvan ni siquiera sus mejores y más serviles aliados o epígonos. Sin embargo, nada irá más allá de las simples protestas verbales. El mundo lo domina –principalmente- el imperialismo estadounidense y ¿qué? Se podrán arrechar muchos gobiernos pero ninguno está en capacidad de darle una lección que conduzca al imperialismo a una sepultura definitiva. Todavía no ha llegado ese momento porque, fundamentalmente, el proletariado estadounidense –en particular- y el proletariado de las otras naciones imperialistas –en general- gozan de los beneficios secundarios del pragmatismo y no van a dar un solo paso –por ahora- para cumplir la misión que llevan en sus entrañas: la de emancipar el mundo de toda explotación y opresión de clase.
Hace, creo, más de dos décadas Pablo Medina –cuando era Secretario General del PPT- denunció públicamente que en Texas o Massachusetts –no recuerdo exactamente en cuál de las dos- estaba ubicado un centro tecnológico donde, sin que la aplastante mayoría del planeta lo quisiera, se recibían, recopilaban y seleccionaban todas las llamadas telefónicas que se producían en el planeta. Eso era y es y será espionaje de alta tecnología secreta. Prácticamente, nadie le prestó atención a la denuncia hecha por Pablo Medina. Este, por supuesto, no era ni Assange ni Snowden. Y muchas décadas atrás el camarada Lenin denunció a los imperialistas como una cocina de ladrones y los ladrones de esa naturaleza espían antes de cometer sus robos, porque roban cosas muy grandes y valiosas y nunca se dedican a los arrebatones de prendas sin valor. Esto se lo dejan a los malandros de baja calaña o del raterismo como popularmente se le conoce.
Unos años después se insistió en lo del espionaje que afectaba, principalmente, a las conversaciones entre revolucionarios. En diálogos secretos se llegó a acuerdos, que debían hacerse conscientemente públicos, donde se exponía la necesidad que todos los revolucionarios y revolucionarias escribieran, metidos en internet, o hablaran por teléfonos utilizando palabras comunes (como: revolución, rebelión, insurrección, comunismo, socialismo, guerrilla, insurgencia, armas, balas, bombas, dinamita, retenciones, planes de guerra y todas las que se pudieran) para atiborrarle el centro tecnológico y lograr que algunos de sus funcionarios corrieran el riesgo de alteración cerebral y hasta volverse orates. Pero, de alguna manera, se entendió que los funcionarios gringos no son tan pendejos como otros los creían. Nadie se volvió loco y me imagino que se dieron cuenta de la estratagema de los revolucionarios e inventaron otras cosas para combatirlo. También ese centro tecnológico cuenta con expertos sicólogos para saber quién escribe pendejadas y fantasías y quién escribe en serio y sobre realidades.
El mundo de hoy no puede ser de otra manera. La economía de mercado y el sofisticado afán de expansionismo imperialista imponen el espionaje como necesidad primaria de la diplomacia secreta. El capitalismo sería demasiado místico sin espionaje de los más fuertes sobre los más débiles. Estos, al fin y al cabo, son los que terminan jodiéndolo o derrocándolo porque son un frente demasiado grande. Arrecharse por eso no es lo ideal. Lo ideal es crear una gran unidad entre todos los Estados que defienden realmente los intereses de sus pueblos y creyendo en la solidaridad internacionalista establezcan medidas que afecten considerablemente los intereses económicos de los imperialistas. De lo contrario, todo se reduce a rezar unos credos, darse golpes de pecho, hacerse la señal de la cruz para continuar pecando. Pongamos un ejemplo: los gobiernos de Francia, Italia, España y Portugal acaban de cometer el exabrupto, la tropelía y la descarada violación a las normas del derecho internacional de negar que el avión donde iba el Presidente Evo sobrevolara espacio aéreo de sus naciones alegando que Snowden era uno de sus pasajeros. El imperialismo así como le siembra droga a un país igualmente es capaz de sembrar una persona invisible en un avión. Una política de integración latinoamericana –en general- o del alba –en particular- no se limitaría a la protesta verbal, a la nota de rechazo y de solicitar explicación. No, eso no es que sea malo y es muy necesario hacerlo pero eso ni siquiera rasguña la piel de los verdugos. Lo correcto sería poner cartas sobre la mesa y amenazar seriamente a los verdugos con dar por concluidos acuerdos económicos donde ellos han sido favorecidos. Esto no es radicalismo sino el ejercicio del internacionalismo proletario. Nuestros pueblos no se van a morir de hambre si se nacionalizan o se expropian algunas grandes empresas francesas, italianas, españolas o portuguesas que operen en la región. Y eso sí les duele porque los gobiernos de Portugal. Italia, España y Francia –como todos los Estados capitalistas- gobiernan obedeciendo no a los dictados de sus pueblos sino a los de sus grandes monopolios económicos que han llevado sus negocios mucho más allá de sus fronteras. El quid estriba en si los gobiernos de Brasil y Argentina –que tanto critican al imperialismo o al capitalismo salvaje- sean capaces de echarle pichón a medidas de esa naturaleza
Que nos amenacen con invadirnos. Que le echen bolas. No es lo mismo invadir a un país que no recibe solidaridad internacionalista para responder al impostor que invadir una región donde el impostor encontrará la férrea resistencia de varios pueblos unidos por el mismo ideal. Un ejemplo: si los países árabes hubiesen respondido a la invasión estadounidense y de sus aliados a Irak, ya no quedaría ni un solo mercenario en territorio del Medio Oriente Arabe y hubiesen salido con las tablas sobre la cabeza o como corcho de limonada. Pero, paradójico y cruel, la mayoría de los gobiernos árabes se prestaron para tal tropelía. De esa forma es arrecho vencer en corto tiempo al agresor. Otro ejemplo: si el imperialismo estadounidense invadiera un país de América Latina o del Caribe estaríamos en el deber de declarar la resistencia armada en todos los países contra los impostores. De lo contrario, no seríamos más que habladores de paja politiquera.
Ahora, en honor a la verdad, no existe un solo Gobierno –desde el más avanzado al más atrasado- en este planeta que no espíe a sus adversarios más empedernidos, esos que andan día y noche proponiendo o planificando acciones que puedan conducir al derrocamiento de sus enemigos instaurados en el poder político. Las revoluciones, camaradas y nada nos cuesta reconocerlo, también espían aunque no tengan la tecnología de los países imperialistas. De lo contrario, no se descubrirían muchos planes golpistas y no podrían evitarse su materialización. Claro, jamás a nivel de los imperialistas que terminan espiando a sus propios hijos, sus nietos, su esposa o esposo, su madre, su padre, su abuela, su abuelo y compañeros de farra. ¡Santo Dios! Prefiero mil veces a Satanás.
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