Edited by Keith Armstrong
En el Antiguo Testamento, en el capítulo 13 del libro de Números –versículos del 17 al 20–, se encuentra el que quizás es uno de los primeros antecedentes históricos de la recolección de información de inteligencia, cuando el patriarca Moisés envió a los israelitas a explorar Canaán: “Suban por el Négueb, luego pasen a la montaña. Miren bien cómo es esa tierra y qué tipo de gente vive allí; si es fuerte o débil, escasa o numerosa. Observen cómo es ese país donde viven; si es bueno o malo. Cómo son las ciudades donde viven: ¿son campamentos o ciudades fortificadas? Fíjense en cómo es la tierra; si es rica o pobre, si hay o no árboles (…)”
Y es que actualmente conviene recordar dicha referencia, ante la creciente polémica y el debate público en torno a las recientes revelaciones realizadas por el ex contratista de dependencias estadunidenses de inteligencia Edward Snowden, el cual a principios del mes de junio filtró información al diario británico The Guardian en la que se reveló que el gobierno de Estados Unidos a través de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) y la Oficina Federal de Investigación (FBI) recopiló millones de registros de llamadas telefónicas y monitoreó las comunicaciones en línea de usuarios de nueve importantes compañías de Internet.
Todos los gobiernos del mundo valoran la información de inteligencia como un bien estratégico imprescindible y cuentan con agencias que recolectan, procesan y analizan dicha información a efecto de generar productos que coadyuven a la toma de decisiones que salvaguarden su seguridad. Estados Unidos cuenta con 14 agencias, entre las que destacan la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (ODNI), y la propia NSA.
Israel cuenta con el Mossad, el Reino Unido con el Servicio Secreto de Inteligencia (MI6), Rusia con el Servicio de Inteligencia Exterior (SVR), Francia con la Dirección General de Seguridad Exterior (DGSE), y nuestro país con el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen). En ese sentido, todas las agencias de inteligencia operan bajo el marco común del ciclo de la inteligencia, el cual orienta sus acciones y operaciones en función de sus propios objetivos e intereses, así como de sus agendas de riesgos.
Como lo reconoció el pasado 28 de junio el general Michael Hayden, ex director de la NSA, en entrevista con la cadena televisiva RT: Todos los países realizan operaciones de espionaje, absolutamente todos, sólo que por ahora la atención se centró en Estados Unidos.
Snowden no es ni el primero ni el último hacktivista que con base en su axiología de valores, en su percepción de justicia u ortodoxia, e incluso en el marco de su propia Constitución y tratados internacionales –que prohíben los sistemas de vigilancia masiva y omnipresente–, evidencia y difunde información gubernamental sensible con la transparencia y el derecho a la información como principal bandera. Antes que él lo hicieron Daniel Ellsberg, Phillip Agee, Thomas Drake, Bradley Manning y Julian Assange, entre otros.
Sin embargo, las revelaciones realizadas por Snowden –calificadas por Ellsberg de golpe de Estado del Ejecutivo contra la Constitución de Estados Unidos– se dieron en el actual contexto de hiperconectividad y alto nivel de avance de las tecnologías de la información y la comunicación, el cual ha facilitado el rastreo de actividades, conversaciones y la geolocalización de usuarios, favoreciendo el espionaje de éstos por parte de agencias de inteligencia, aduciendo el propósito de fortalecer el combate a la delincuencia organizada trasnacional y al terrorismo, aun en perjuicio del legítimo derecho a la privacidad, la intimidad y la seguridad de los individuos.
Y es que de acuerdo con el presidente Obama, tales acciones se justifican en tiempos actuales y los ciudadanos no pueden tener 100 por ciento de seguridad y 100 por ciento de privacidad y cero inconveniencias. Dicha declaración refuerza la tesis difundida por Assange en su reciente discurso: El secreto del gobierno se ha expandido a un nivel increíble. Al mismo tiempo, la privacidad humana ha sido erradicada en secreto.
Existe una delgada línea entre las labores de inteligencia y la invasión de la privacidad y la violación a la libertad de expresión en la red, y cabe señalar que la vigilancia en la red se lleva a cabo porque estamos ahí: 144 mil millones de correos electrónicos enviados y 72 horas de video subidas a YouTube por minuto el año pasado lo demuestran.
El trabajo de las agencias de inteligencia a escala global continuará. No obstante, como señaló el vocero del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, sin una legislación adecuada y normas jurídicas que garanticen la privacidad y la seguridad, no se puede tener certeza de que las comunicaciones no estarán sujetas al escrutinio de los estados.
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