Google ha dado a entender que ya está bien de hacer tanto ruido por su afición a husmear en los correos electrónicos de sus clientes. Su filosofía es rotunda y no admite discusión: si una secretaria, explica la empresa multinacional estadounidense, abre el correo que un colega envía a otro, ¿por qué se sorprenden entonces los usuarios de Gmail si los procesadores toman nota de sus mensajes por correo electrónico?
Al otro lado de la disputa, y bastante poco convencido de los argumentos de Google, se sienta John M. Simpson, director de la Oficina de Defensa del Consumidor de Estados Unidos. Cuando escribo una carta y la llevo a Correos para que la hagan llegar a su destinatario, viene a decir, doy por hecho que nadie va a abrirla para curiosear lo que lleva dentro. Por tanto, sostiene, Google no respeta la privacidad de sus usuarios y, además, no tiene empacho en reconocerlo.
La batalla está abierta. Las nuevas tecnologías llegaron con la promesa de facilitar las cosas, de conectar a la gente que andaba dispersa, de permitir ahorrar un montón de tiempo en las tareas cotidianas. Ya no hace falta papel y lápiz, ni ningún sobre, ni comprar el sello, ni acercarse al buzón, etcétera. Basta darle un clic al ratón para mandar una declaración de amor, una factura, las instrucciones de fabricación de una bomba o, simplemente, la receta de las croquetas.
En ese mismo instante, una legión de robots empieza a trabajar para encontrar esos rastros de su correspondencia privada que puedan resultar relevantes. ¿Para qué? Para evitar, por ejemplo, un atentado, comentan los Estados que, como reveló el exagente Edward Snowden, pueden espiar en redes sociales y correos electrónicos y demás cacharrería electrónica por los que circulan las personas con sus cosas.
Los robots no solo colaboran, por así decirlo, para salvarle el pellejo de un atentado. También quieren ayudar en otros terrenos. Detectan en su correo la palabra “amor” y le llenan el buzón con las direcciones de floristerías. Comprueban que ha escrito “IVA” y le pasan sus datos a Hacienda. Lo dice Google: la bendición de tener una buena secretaria. Lo que a nadie se le ha preguntado, sin embargo, es si quería una, si la necesitaba.
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