La Asamblea General de Naciones Unidas ha iniciado su sesión anual en Nueva York. Se trata de un ritual otoñal que se ha celebrado de manera ininterrumpida durante casi siete décadas. La asamblea desahoga su amplia agenda en seis comisiones y en el plenario.
Su sesión arranca con un debate general en el que participan decenas de jefes de Estado o de gobierno y un centenar de ministros. Las dos semanas que dura ese debate general es una ocasión que muchos mandatarios aprovechan para reunirse con sus colegas de otros países. Algunos también buscan entrevistas en los medios de comunicación.
Hace ya algunas décadas que se redujo el tiempo dedicado al debate general. Hoy cada orador tiene asignados unos 15 minutos y casi todos los dedican a un mensaje dirigido a la opinión pública de su país. Brasil es tradicionalmente el primer orador en el debate y la presidenta Dilma Rousseff aprovechó su alocución para regañar a Washington por el espionaje telefónico y cibernético de la Agencia Nacional de Seguridad. Su mensaje fue bien recibido en Brasil, pero la prensa internacional no le hizo mucho caso.
Los oradores que más interés despertaron dentro y fuera de la ONU fueron los presidentes de Estados Unidos e Irán. El nuevo presidente iraní, Hassan Rouhani, aprovechó su discurso en la Asamblea General para enviar un mensaje conciliador a las potencias occidentales en general y al presidente Barack Obama en particular. Repitió ese mensaje en las diversas entrevistas que concedió a los medios de comunicación.
El presidente Obama también dirigió un mensaje moderado al nuevo gobierno iraní y durante varios días se especuló acerca de la posibilidad de un encuentro entre ambos mandatarios. Al final el contacto, el primero desde 1979, se redujo a una breve plática por teléfono. Ello causó revuelo entre los dirigentes israelíes y el primer ministro Benjamín Netanyahu se apresuró a viajar a Washington para desalentar un acercamiento con Teherán.
Además de este giro importante en la relación entre Estados Unidos e Irán, durante la semana pasada el Consejo de Seguridad por fin pudo pronunciarse de manera unánime sobre el arsenal de armas químicas de Siria. La resolución aprobada señala el procedimiento que se deberá seguir para desmantelar ese arsenal pero no se refiere a lo que podrá ocurrir si Siria no lo cumple. Estados Unidos buscó sin éxito la inclusión del uso de la fuerza militar pero Rusia no lo aceptó.
En su discurso el presidente Obama reveló lo difícil que ha sido para él decidir cuándo y cómo recurrir al uso de la fuerza militar. Habló durante más de 40 minutos (la regla de los 15 minutos tiene sus excepciones) y se centró en el papel de Washington en Medio Oriente. Se refirió también al lugar de su país en el mundo y a la idea de que Estados Unidos es un caso excepcional en el concierto de naciones.
Obama dijo: Hay quienes no estarán de acuerdo, pero creo que Estados Unidos es excepcional y lo es “en parte porque hemos dado muestras de una voluntad… de defender no sólo nuestros intereses particulares, sino los intereses de todos”.
¿Cómo puede medirse ese llamado excepcionalismo de Washington? Lo cierto es que no es lo mismo actuar en defensa de los intereses de todos que actuar de forma desinteresada. ¿Cuáles son esos intereses de todos y quién los ha identificado?
Pensemos, por un momento, en lo que se ha logrado en la ONU desde 1945. Sus metas podrían considerarse como los intereses de todos y pueden resumirse en cuatro rubros: desarme y seguridad internacional, desarrollo económico, derechos humanos y descolonización. En cuanto a los primeros dos podría concluirse que se ha logrado bien poco. El mundo sigue siendo muy violento y abundan los armamentos, desde pistolas hasta artefactos nucleares. Las disparidades económicas entre los países siguen siendo enormes y esas disparidades se observan también dentro de los países, ricos o pobres.
En lo que hace a los otros dos rubros (derechos humanos y descolonización) se han registrado avances significativos en las pasadas siete décadas. Los diversos aspectos de los derechos humanos han sido examinados y muchos ya han sido codificados en sendos tratados y convenios elaborados por la ONU. El proceso de descolonización, iniciado en serio en 1945, casi ha concluido y muchos de los hoy 193 miembros de la ONU son prueba de ello. En ambos casos, Estados Unidos fue uno de los principales promotores.
Aun en el campo del desarme y del desarrollo económico, habrá quienes defiendan el papel de Washington. Algunos dirán que el modelo capitalista propugnado por Estados Unidos ya ha sido aceptado por casi todos los miembros de la ONU. ¿Y qué decir de los acuerdos multilaterales de desarme concertados desde 1945?
Se nos dirá que la conclusión de los tratados que eliminan las armas biológicas y químicas fue posible porque Estados Unidos la impulsó. Pero lo que no se dice es que en ambos casos Washington había antes renunciado unilateralmente a poseer dichas armas y luego buscó la manera de que ningún otro país las tuviera. ¿Por qué no hace lo mismo en el caso de las armas nucleares? Es obvio que un mundo libre de dichas armas sería en el interés de todos. ¿Por qué se opone a la convención que prohíbe las minas antipersonales? ¿Y qué decir del comercio ilícito de armas convencionales?
En la esfera de la seguridad internacional habrá quienes nos recuerden que Estados Unidos ciertamente no se ha comportado de manera compatible con las metas de la ONU y el derecho internacional. Piensen en Cuba, Vietnam, Nicaragua, Granada y Panamá, y más recientemente en Irak. La lista es más larga.
Quizás Estados Unidos no sea una nación excepcional y lo único excepcional sea que hay estadunidenses que lo creen y lo pregonan.
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