La lógica de los acontecimientos parece indicar que la engañifa sobre las armas químicas fue revelada a tiempo para evitar la agresión estadounidense.
La acostumbrada guerra mediática de ablandamiento no pudo esta vez jugar el papel que desempeñó para desatar las cruentas agresiones contra Irak, Libia y en algunas ocasiones más a lo largo de la historia reciente de Estados Unidos.
La intensa campaña de propaganda acerca del supuesto uso por el gobierno de Siria de armas químicas prohibidas por convenciones internacionales contra sus opositores “rebeldes” desbordó la corriente global principal de los medios de información y alcanzó una intensidad tal que, en un momento dado, eran pocas las personas informadas que dudaban que se trataba de un hecho incuestionable y que, si bien Washington no tenía derecho alguno a intervenir en un conflicto interno de otro país, la comunidad internacional debía reprobar la actuación del gobierno de Bashar al Assad.
Hasta ahí todo pareció marchar igual que en la anteriores guerras estadounidenses de agresión contra naciones del tercer mundo. Pero esta vez se sumó a la incredulidad que despertaba el hecho de que todo pareciera la repetición del guión ya puesto en práctica para el lanzamiento de anteriores agresiones de Estados Unidos, una magistral movida de la diplomacia rusa.
El salvavidas llegó a Washington desde Moscú cuando Obama se hallaba atorado tras haber formulado irreversibles amenazas a plazo fijo que habrían conducido irremediablemente, en caso de ejecutarse la intimidación, a una conflagración de incalculables consecuencias globales; o como un gran descrédito para el Presidente Obama y el partido demócrata gobernante, en caso de no materializar la amenaza. Tras los acuerdos del Consejo de Seguridad de la ONU a raíz de la iniciativa de Moscú que devino “proyecto ruso-americano”, Obama pudo salvar la cara y hasta cantar victoria y calificar los acuerdos como “significativo paso hacia delante”. Putin, por su parte, parecía haber podido cumplir su compromiso de ayudar a Siria, sin verse envuelto en un conflicto bélico tan inevitable como indeseable para Rusia.
Pero vale la pena ahora examinar, sin la prisa que imponía la inminente agresión ya decidida contra Siria, los elementos acallados por la estrepitosa campaña mediática belicista acerca del ataque con armas químicas supuestamente ordenado por el Presidente sirio en los suburbios de Damasco el 21 de agosto.
Por ejemplo, la escasa divulgación de una entrevista que la periodista Dale Gavlak, de la agencia Associated Press (AP) realizó a varios “rebeldes” en Ghouta, cerca de Damasco, en la que éstos le confesaron que fueron ellos quienes el 21 de agosto usaron esas armas tóxicas, enviadas por Arabia Saudita y, debido a su mal manejo por carecer de entrenamiento para su uso, tuvieron un accidente que provocó la muerte a centenares de personas, incluso una docena de ellos. Esta información no circuló por AP aunque si lo hizo por el canal INFOWAR, especializado en tecnología cibernética.
Tampoco tuvo realce en la prensa occidental la declaración del exanalista de política de seguridad del Departamento de Defensa de Estados Unidos Michael Maloof quien denunció el 17 de septiembre que Washington tenia informes de inteligencia acerca de la posesión de gas sarín procedente de Irak y Turquía por los opositores sirios.
Muy poco se divulgó que la organización Profesionales Veteranos de Inteligencia por la Salud Informativa (VIPS, por sus siglas en inglés), integrada por doce ex agentes de alto nivel de la Inteligencia estadounidense, elevó a Obama un memo en que le señalaban que, contrariamente a las declaraciones de su gobierno, las informaciones más fiables indican que Bashar al Assad no es responsable del incidente químico del 21 de agosto, “hecho que también conocen los servicios británicos”. VIPS acusó al director de la CIA, John Brennan, de cometer un fraude idéntico al de Irak.
Se supo que el 13 y el 14 de agosto las fuerzas “rebeldes” con base en Turquía realizaron preparativos para una gran intervención en Siria de su ejército, con apoyo de turcos y sauditas, que coincidiría con la intervención militar de Estados Unidos anunciada por Barack Obama.
Hay que tomar en cuenta, además, que al ampliamente difundido reconocimiento por el gobierno sirio de su posesión de un arsenal de armas químicas, no correspondió igual reconocimiento por parte de los grupos “rebeldes”, pese a que estos últimos se jactaban, en videos aparecidos en INTERNET, de su capacidad de producir gas sarín.
Estos elementos, y muchos más que ya se conocen, debieron ser suficientes para cuestionar las acusaciones de Washington pero, no siendo así, ese mérito hay que adjudicárselo a la diplomacia rusa.
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