El impasse presupuestario de Estados Unidos ocupa la plana principal de la información en todo el mundo. Las divergencias entre el Senado (con mayoría demócrata) y Diputados (republicano) bloquean la aprobación de las cuentas públicas desde mayo pasado, cuando el gobierno de Obama se vio obligado a aplicar un ‘sequester’ -en referencia a la suspensión de los gastos por parte de las agencias estatales-, para no violar los topes de deuda pública que autoriza la legislación norteamericana.
La crisis fue esquivada por el hilo más delgado: los desembolsos destinados a numerosos programas sociales. Numerosos artículos, incluso en la prensa financiera, han dado cuenta del impacto de estas medidas en la acentuación de la pobreza de Estados Unidos. Los recortes afectaron el programa de “food stampos” (bonos alimentarios), que tenía un presupuesto de 40 mil millones de dólares. La deuda pública norteamericana es del orden del 120% del PBI -cerca de los 16 billones de dólares- solamente superada por las de Grecia (160%), Italia (135%), Japón (240%). Hay una diferencia, sin embargo, porque en el caso de Europa la tasa sube, principalmente, por la caída del PBI, en tanto que en Estados Unidos, el incremento obedece al crecimiento de la deuda bruta.
El parate de estos últimos días está relacionado con nuevos factores. Ocurre que el partido Republicano se niega a aprobar los gastos que contempla la reforma de la salud aprobada el año pasado, a la cual califica de “estatista” y “socialista”. La reforma, en realidad, no modifica un ápice el carácter privado de la provisión de salud en Estados Unidos, simplemente subsidia una parte de la atención para 48 millones de personas que se encuentran fuera de cualquier servicio médico. Bien mirada, representa una ampliación gigantesca del mercado de salud más caro del mundo, financiado por los usuarios, por un lado, y los contribuyentes, por el otro. Un intento del ex presidente Clinton, en 1995, para establecer un control de los costos de servicios médicos (gigantescamente inflados), acabó en una vergonzosa derrota. El objetivo de Clinton era abaratar los costos de las contribuciones a la salud que corresponden a las empresas y al Estado, y con esta mejorar la capacidad de competencia del capital norteamericano en el mercado mundial.
El impasse sobre este tema ha obligado a cerrar en forma temporaria parte de la administración pública, pero no ha alterado, hasta el momento, a los mercados financieros: las bolsas han registrado subas y la cotización del dólar se ha mantenido estable. Para algunos, la verdadera crisis tendrá lugar el 17 de octubre próximo, cuando la deuda pública norteamericana supere el tope de 16 billones de dólares establecido por ley. En Estados Unidos existe, desde 1912, esta norma de endeudamiento, con independencia de las necesidades de deuda que genere el cálculo de gastos y recursos que establezca el presupuesto. En este caso, la casa matriz de los fondos buitres caería en el ‘defol técnico’ que viene amenazando a Argentina como consecuencia de las sentencias dictadas por los tribunales de Nueva York. Objetivamente, sin embargo, ya se encuentra en ‘defol’, porque el 20% de ella es financiada por el Banco Central norteamericano. Los tenedores de bonos nacionales son apenas el 25%, en tanto que la mitad de esta deuda colosal está en manos extranjeras, en primer lugar China y Japón. Un retiro de fondos de estos países, cuyas propias finanzas están en ruinas y no podrían aceptar un derrumbe de la deuda de Estados Unidos, pondría un punto final a la deuda norteamericana y al dólar.
La deuda pública norteamericana no es, por varias razones más, una deuda cualquiera. Domina, por medio de diversos canales, el financiamiento internacional. Marca, por de pronto, la tendencia a la tasa de interés internacional. El flujo del dinero extranjero ha permitido a los capitales norteamericanos financiar sus inversiones en China, donde obtienen una tasa de beneficio anual del orden del 30 al 50%, frente a un 2% promedio de rendimiento de un bono estadounidense. Cuando se mira el carácter dual o contradictorio de este flujo de capitales, se observa que la deuda potencial de China con Estados Unidos es mayor que la que surge de la diferencia de stock de deuda bruta acumulada en cada uno de ellos.
La compra deuda pública desata un proceso especulativo que va más allá del acto inicial. Los bonos del Tesoro son usados como colateral o garantía para comprar más bonos por medio de préstamos, en forma sucesiva, o para financiar la inversión de capital dinero en el exterior. Cuando lo hace la Reserva Federal, el mecanismo se desarrolla a partir del incremento de liquidez que produce en los bancos privados. A través de entidades financieras conectadas, ese dinero va a activos ya existentes, a la Bolsa y a los llamados mercados emergentes. La crisis mundial no ha atenuado la especulación financiera -la ha acentuado-. La banca internacional tiene en sus cajas alrededor de tres billones de dólares, que sin embargo no se canaliza al crédito ni se invierte en la industria (un síntoma de que no se recuperado la tasa de beneficio del capital). Ese dinero financia la deuda pública mundial y se aplica de todo tipo de instrumentos financieros y a la compra de capitales rivales (mayor centralización del capital), como ocurre ahora con las telecomunicaciones (Verizon-Vodafone, Telefónica-Telecom). Se ha desarrollado de esta manera una contradicción explosiva: la abundancia de dinero, por un lado, y la escasez de oportunidades de inversión, por el otro, ha creado una burbuja especulativa gigantesca, cuya explosión inevitable impondrá el destino definitivo a la bancarrota capitalista en curso.
Es curioso, al respecto, lo siguiente: la perspectiva de un ‘defol técnico’ no ha afectado a las tasas de interés de la deuda norteamericana. Se ha producido una cancelación anticipada de deudas contraídas en Estados Unidos, que se encontraban aplicadas en el exterior, por la perspectiva de que pudieran aumentar las tasas de interés en caso de que ese ‘defol’ se concrete. Es lo que explica, en gran parte, la ola de devaluaciones en los llamados países emergentes. Una caída de la cotización de la deuda norteamericana podría provocar también una nueva escalada del oro, como consecuencia de la pérdida de confianza en las deudas estatales y en el dólar, por parte de los especuladores.
En el plano fiscal, el ataque a los gastos del Estado, con el pretexto de solventar el pago de la deuda, ha reducido la demanda interna en Estados Unidos y afectado una recuperación de la economía. El último pronóstico de la Reserva Federal apunta a una mayor desaceleración del PBI. Se refuerza la tendencia a la depresión de la economía, en forma combinada con la inflación de las deudas y las emisiones de moneda. La emisión monetaria, acompañada por el ajuste fiscal, sin contrapartida de un aumento en gran escala de los gastos públicos (salvo los de amortización e intereses de la deuda), produce una ‘rotación’ del dinero entre aplicaciones especulativas, que en última instancia se retira de la circulación al atesoramiento (oro).
La deuda pública norteamericana, cuyo tope debería ampliarse en las semanas que vienen, porque no existe otra forma de abordarla si no por medio de postergar su pago, es el punto de partida de un mecanismo de especulación financiera cada vez mayor, cuyo (nuevo) estallido solamente espera un (nuevo) detonante. La mecha circula por Grecia, Italia, España, India, Indonesia y Brasil -y la crisis de deuda de Estados Unidos-.
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