When Losing the Election Is Almost Impossible

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Si el ‘Tea Party’ no tiene más de 50 representantes de un organismo (la Cámara de Representantes) que cuenta con 435, ¿por qué tiene tanto poder como para poner a Estados Unidos al borde de la suspensión de pagos técnica? O, lo que es lo mismo, ¿por qué los demás representantes, y en particular los republicanos, no les frenan?

La respuesta es simple: porque en las elecciones al Congreso de Estados Unidos, los legisladores lo tienen muy, muy, muy difícil para perder. Lo complicado, para un legislador estadounidense, no es ganar las elecciones; es perderlas. Los incentivos para adoptar riesgos son tan grandes como en el Politburó de la Unión Soviética, con la (importante) diferencia de que aquí no se manda a nadie a Siberia o se le fusila.

En Estados Unidos nos referimos frecuentemente al Congreso como “el órgano de deliberaciones más grande del mundo”. “Más grande” en el sentido de “mejor”, o “grandioso”.

Los números, sin embargo, no apoyan esa idea.

Veamos la Cámara de Representantes, que es la que está dando más ‘guerra’ en la disputa sobre el techo de la deuda y el cierre de la Administración federal.

Las posibilidades de reelección de un representante desde 1964 oscilan entre los mínimos históricos del 85% de 1970 y 2010 y los máximos del 98% de 1986, 1988, 1998, 2000 y 2004, según este estudio.

En el Senado, las tasas de reelección solo caen un poco, y quedan en una horquilla que va del 54% de 1980 al 96% de 1990 y 2004, según el mismo estudio.

Eso significa que ningún político–representante o senador–tiene incentivos para arriesgarse. ¿Para qué hacerlo, cuando hay que ser, literalmente, un cafre para perder las elecciones?

Las Primarias apenas rebajan esa proporción. Según este trabajo, “entre 1946 y 1998, una media de 7 miembros [de un total de 435] han sido derrotados” en unas Primarias. Es cierto, sin embargo, que no todos los representantes se presentan a la reelección. Pero nunca menos de 350–a veces incluso hasta 400–sí lo hacen. Que, sobre esa cifra, solo 7 sean derrotados en las Primarias es revelador. Pero lo cierto es que en las Primarias solo votan normalmente una de cada siete personas capacitadas legalmente para hacerlo. Eso significa que el congresista en cuestión debe buscar el apoyo de esa minoría para ganar.

De hecho, la principal causa de renovación de la Cámara de Representantes es… que se retiren los representantes.

¿Por qué sucede eso? Hay múltiples explicaciones. Una es que, lógicamente, es mejor estar en el puesto y defenderlo que tratar de arrebatárselo a alguien. Vamos, que las elecciones, en Estados Unidos como en España, no se ganan, sino que se pierden.

Estar en el escaño también facilita obtener financiación. En EEUU, los candidatos reciben muy poca ayuda financiera o de organización del partido, así que todo queda de su mano. Si alguien lleva dos años en el Congreso, es bastante probable que logre que las empresas, organizaciones y grupos de toda índole (desde ecologistas hasta sindicatos, pasando por minorías) a los que haya hecho algún favor le den dinero o pidan el voto por él. En promedio, un congresista que va a la reelección tiene 15 veces más presupuesto que un rival, de acuerdo a este estudio.

Y, finalmente, los distritos electorales en Estados Unidos son cambiados cada vez que se hace un nuevo censo. Esos cambios son decididos por los Estados. Si un Estado está controlado por los demócratas, harán distritos que serán totalmente imposibles de ganar para los republicanos, y viceversa. Si eso pasara en la Rusia de Putin o en la argentina de los Kirchner, diríamos que es una vergüenza… Pero sucede en EEUU. Y hasta tiene un verbo: ‘gerrymander’.

Con estos condicionantes, poco o nada importa que el Congreso estadounidense (formado por dos cámaras, el Senado y la Cámara de Representantes) tenga un índice de aprobación del 5%, según la consultora Gallup. Porque el 40% de los ciudadanos aprueba cómo lo está haciendo el congresista de su distrito. O sea, que no les gusta cómo lo están haciendo los demás congresistas, no los suyos.

Así pues, nadie tiene ningún motivo para cambiar.

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