On Oct. 23, 2013, Doctors Stillman and Taylor, from the College of Medicine of the University of Louisville in Kentucky, published in The New England Journal of Medicine the tragedy suffered by a poor American: the case of Tommy Davis, the name being used to protect the patient’s identity.
Even though he had worked all his life, Tommy lacked medical insurance. Tommy was diagnosed with a bowel obstruction in the emergency room of a hospital. In the end, it turned out that he was suffering from colon cancer, a disease that was fortunately detected when the first symptoms began to appear.
Along with the $200 paid at every medical appointment, the patient was forced to pay an extra $10,000 for the attention that had been offered during that emergency, in which only the diagnosis was clarified. The authors of this essay report that the money spent in a short period of time in additional tests was everything the patient and his wife had been saving their whole lives.
Now, the doctors point out — against their wishes — that their patient is a “dead man walking” because as a poor man without insurance, it is impossible for him to receive the corresponding treatment that could help him heal.
This story is not an isolated case; it joins the approximately 45,000 Americans who, according to some media, die every year as a result of a lack of medical insurance. This figure may be quite conservative.
Medicare and Medicaid are the American government’s health insurance programs. The first is aimed at people over 65 years old, while the latter is for the poor and the disabled.
However, the cover is far from being universal for the American people since the allocated governmental budget is too meager to cope with the growing needs: There are increasingly more poor people within the society and, as everywhere, the population is growing old.
Given this situation, we can see the way in which unusual decisions are emerging, such as the one made in 2008 by the state of Oregon: Because only some 10 percent of Medicaid necessities could be covered, 10,000 insurance policies were auctioned among 90,000 option holders.
The consequences of such policies cloud the appearance of a power that claims to be civilized and developed. In October 2012, doctors from the departments of epidemiology and medicine at John Hopkins Hospital in Baltimore noticed that the risk of dying after an acute cardiovascular disease, such a heart attack, was rising among Americans without medical insurance. This warning was made in the Journal of General Internal Medicine, which is the official body of the Society of General Internal Medicine of the United States.
With regard to the health and the full rights of men, the differences between a society like ours and the northern country are colossal. An evidence of this is a recent exposition by Professor Ángel Gaspar Obregón Santos, head of the heart center of the Medical and Surgical Research Center of Havana, when he showed the results of his group. They have performed around 10,000 rescue operations aimed at the diagnosis and treatment of heart diseases, including coronariographies (studies of the heart arteries) and coronary angioplasties (repair of damaged heart arteries, which can cause diseases such as a heart attack).
Statistics amaze when we know that 97 percent of the interventions, also known as cardiovascular interventions, were successful. That means that over 96,000 Cubans did well coming out of them and lived longer thanks to these interventions.
These are not isolated data. We can inquire into many other results related to this field and that have been recently discussed in the national press. These results are related to the work carried out at the Ernesto Che Guevara heart center in Villa Clara; they performed over 300 heart interventions until September 2013, most of them being coronary revascularization, with the greatest survival rate in the country (97.7 percent).
Of course, Cubans nowadays do not need to turn their pockets inside out to see whether they can pay for medical treatment by themselves. Their lives and their relatives’ peace of mind will keep on being “insured” under a universe of humanism that is huge and contains stories such as Tommy Davis’.
El 23 de octubre de 2013, los doctores Stillman y Taylor, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Louisville, Kentucky, Estados Unidos, publicaron en la revista médica The New England Journal of Medicine la tragedia vivida por un norteamericano pobre: fue el caso de Tommy Davis, nombre empleado para resguardar la identidad del paciente.
Carente de seguro médico —a pesar de haber trabajado toda su vida—, a Tommy le diagnosticaron oclusión intestinal en el servicio de urgencia (cuerpo de guardia) de un hospital. A la postre, se precisó que tenía cáncer de colon, un mal que pudo detectarse oportunamente en el momento en que aparecieron los primeros síntomas.
Además de los 200 dólares pagados en cada cita médica, al enfermo le cobraron 10 000 dólares por la atención brindada durante aquella urgencia, en la cual solo se pudo llegar hasta el diagnóstico: cuentan los autores del trabajo que este dinero gastado en muy breve tiempo y únicamente en estudios complementarios, era todo lo que había ahorrado el paciente en su vida, junto a su esposa.
Ahora los galenos indican, con pesar, que su paciente es un «muerto que camina», puesto que por ser pobre y no estar asegurado es imposible brindarle el tratamiento que le corresponde y que en su momento pudo ser curativo.
La presente historia no es un caso aislado y se suma a los cerca de 45 000 estadounidenses que, según algunos medios informativos, mueren cada año por carecer de seguro médico. Probablemente esta sea una cifra muy conservadora.
El Medicare y el Medicaid son los programas de seguros de salud del Gobierno estadounidense. El primero está destinado especialmente para las personas de más de 65 años de edad, mientras que el segundo se reserva para los pobres y discapacitados.
Pero la cobertura dista de ser universal para el pueblo de esa nación, pues el presupuesto gubernamental asignado es exiguo para poder hacer frente a las crecientes necesidades: cada día hay más indigentes en esa sociedad y, como en otras partes del orbe, la población envejece.
Ante tal panorama vemos, además, la manera en que emergen insólitas decisiones, como la tomada en el año 2008 por el estado de Oregón: ante el escollo de poder cubrir solamente poco más del diez por ciento de las necesidades de Medicaid, se recurrió a la subasta de 10 000 seguros, entre 90 000 optantes.
Las secuelas de tales políticas enturbian la estampa de una potencia que se autoproclama como civilizada y desarrollada. En octubre de 2012, médicos de los departamentos de Epidemiología y Medicina del hospital Johns Hopkins, Baltimore, Estados Unidos, advirtieron en el órgano oficial de la Sociedad de Medicina Interna de los Estados Unidos (Journal of General Internal Medicine) cómo el riesgo de morir después de un evento cardiovascular agudo —como un infarto cardiaco— aumentaba entre los norteamericanos que carecían de seguro médico.
En lo que respecta a la salud y al derecho pleno del hombre, resultan colosales las diferencias entre una sociedad como la nuestra y el país norteño. Baste como ejemplo una reciente exposición hecha por el profesor Ángel Gaspar Obregón Santos, jefe del Cardiocentro del Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas (Cimeq) de La Habana, cuando mostró los resultados de su colectivo: ellos han realizado cerca de 10 000 procedimientos salvadores dirigidos al diagnóstico y tratamiento de las enfermedades cardiacas, entre coronariografías (estudios de las arterias del corazón) y angioplastias coronarias (reparación de las arterias cardíacas dañadas, capaces de provocar enfermedades como el infarto cardiaco).
Las estadísticas asombran al conocer que poco más del 97 por ciento de los procedimientos realizados —conocidos también como cardiointervencionistas— fueron exitosos; es decir, que más de 96 000 cubanos se beneficiaron y vivieron más gracias a estas intervenciones.
No son datos aislados. Pudiéramos indagar en muchos otros resultados referentes a este campo y de los cuales se ha comentado recientemente en la prensa nacional, relacionados con la labor desplegada en el Cardiocentro de Villa Clara Ernesto Che Guevara: hasta septiembre de 2013 tenían realizadas más de 300 operaciones del corazón, la mayoría de revascularización coronaria, con el mayor índice de supervivencia del país (97,7 por ciento).
Por supuesto, para los cubanos atendidos en la Cuba de hoy resultan desestimadas las experiencias de virar al revés sus bolsillos y ver si pueden sufragar por sí mismos una atención médica. Sus existencias y la tranquilidad de sus familiares seguirán «aseguradas» bajo un universo de humanismo que es inconmensurable y que tiene como reverso historias como la de Tommy Davis.
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