Edited by Bora Mici
Viernes 22 de noviembre, 1963. 12:30. La presencia del presidente John Fitzgerald Kennedy (JFK), quien recorre las calles en un descapotable junto a su esposa Jacqueline, altera la rutina en Dallas, EE.UU. De pronto, cuando el vehículo que lo transporta toma la curva de las calles Dealey Plaza y Elm Street, lo que hasta entonces eran risas, saludos y gritos de bienvenida es silenciado por el estruendo de tres disparos.
Tras los dos primeros tiros, Kennedy hace un movimiento leve. Se lleva las manos al cuello; la primera dama, que estaba junto a él, grita. Con un tercer disparo, el presidente se sobresalta y cae de lado. Así recuerda ese instante Pierce Allman, director de programas de la radio WFAA de esa ciudad, que entonces tenía 29 años y presenciaba el recorrido que realizaba el mandatario por aquella ciudad.
Phyllis Hall, una enfermera del hospital Parkland, entonces de 28 años, recuerda el caos que reinaba en aquel centro médico. “Un hombre con un arma en la mano me dice ‘La necesitamos’. Cuando ingreso a la sala Nº 1 de urgencias, la señora Kennedy está de pie al lado de la camilla. Llegan los médicos, hacen una traqueotomía, ponen tubos. No había nada que hacer. Un neurocirujano aparta el cabello, se ve que faltan partes del cerebro, algunas estaban sobre Jackie, sobre la camilla”.
El paciente Nº 24740, Kennedy, John F., registrado a las 12:38, es declarado muerto a las 13:00.
La repentina muerte de John F. Kennedy imprimió de inmediato en su presidencia el mito de “Camelot”, una idealización de sus dos años y medio en el poder que aún fascina a Estados Unidos, pero que lentamente comienza a dejar paso a una imagen más fiel del verdadero legado del ícono demócrata.
La noción de “Camelot”, que vinculaba la era Kennedy con la leyenda del rey Arturo, fue inventada por su viuda, Jacqueline. Cincuenta años después de su asesinato, Kennedy sigue simbolizando la ilusión por la política, la promesa de un sinfín de aspiraciones, aunque no vieron la luz en su mandato.
“El impacto más significativo de Kennedy es la esperanza de que la política estadounidense puede ser mejor. Hay un romance con él, y con lo que podría haber hecho”, dice Julian E. Zelizer, experto en historia presidencial en la U. de Princeton.
Prácticamente, la agenda completa de Kennedy, estancada en el Congreso, fue aprobada como un tributo al presidente fallecido. Durante su fugaz presidencia Kennedy no había conseguido que el Congreso respaldara muchos de sus proyectos.
Uno de los logros frecuentemente atribuidos a JFK es la legislación a favor de los derechos civiles, aprobada en 1964 durante la presidencia de su sucesor, Lyndon B. Johnson (1963-69). No obstante, los archivos de su presidencia revelan que Kennedy tuvo “muchas dudas” a la hora de abrazar ese movimiento e incluso se opuso a la celebración de la Marcha en Washington encabezada por Martin Luther King en agosto de 1963.
“Apoyaba la idea, pero tenía dudas de que pudiera aprobarse en el Congreso, y temía que impulsarla pudiera herir sus perspectivas de reelección” en 1964, explica Zelizer. Si en 1961 Kennedy consideraba esa legislación “políticamente imposible”, en 1963 asumió que ya no podía ignorar el movimiento. “No lideró la lucha, pero sí respondió a ella”, recalca el experto.
Lo que verdaderamente define la presidencia de Kennedy, según Zelizer, es “su llamada al servicio público”, formulada durante su investidura en 1961 con un célebre “No preguntes lo que puede hacer tu país por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país”. Fue esa filosofía la que motivó la creación en 1961 de los Cuerpos de Paz, una red de voluntarios que desde entonces ha viajado a 130 países, entre ellos Ecuador, con proyectos de educación, de salud y ambientales.
La misma idea estaba detrás del ambicioso llamamiento de Kennedy a llevar al hombre a la Luna antes de que acabara la década, un objetivo que generó enormes expectativas en torno al programa espacial estadounidense, inmerso en una dura carrera con la Unión Soviética.
La política exterior de Kennedy también evolucionó durante su mandato, desde una mentalidad anticomunista “de línea dura” a un “interés en las posibilidades de paz” en la Guerra Fría, como demostró la firma en 1963 de un tratado que prohibía la mayoría de pruebas de detonación de armas nucleares.
Pero el momento clave de su presidencia fue “la crisis de los misiles” que llevó al mundo al borde de la guerra nuclear, cuando Rusia trasladó 42 de esas armas a San Cristóbal (Cuba).
Tras cincuenta años de su muerte, muchos estadounidenses ven aquel hecho como el “momento definitorio”, manifiesta Timothy McKeown, de la U. de Carolina del Norte.
“(Nikita) Jruschov (entonces líder ruso) y él pudieron haber volado el mundo y no lo hicieron. Puede sonar simplista, pero es lo más importante que ocurrió en su mandato”, coincide Leo Ribuffo, profesor en la Universidad George Washington.
Cuando JFK fue muerto por Lee Harvey Oswald (detenido enseguida, pero asesinado a los dos días en una comisaría de policía), en Ecuador gobernaba una Junta Militar, que el 11 de julio de 1963 había derrocado al presidente Carlos Julio Arosemena Monroy y lo expulsó a Panamá. “El gobierno de EE.UU. explota a América Latina y al Ecuador”, expresó antes de su salida el mandatario. Años después Arosemena había dicho en una entrevista para Revista Diners que los golpistas “respondían a las órdenes de una potencia extranjera, principalmente del señor (Maurice) Bernbaum, embajador de EE.UU.”.
La vida de JFK también estuvo marcada por escándalos y mujeres: su esposa, Jackie, que lo animó a escribir Perfiles de coraje, libro ganador del premio Pulitzer, que narra la valentía política de ocho senadores; su madre Rose, que alimentó sus ambiciones presidenciales; una estrella de cine, una becaria, una amante vinculada a la mafia e innumerables prostitutas a las que llevaba a la Casa Blanca.
Aquella actitud siempre preocupaba al servicio secreto estadounidense. Nadie sabe cuántas prostitutas invitó Kennedy al palacio presidencial, pero se sabe que fueron suficientes como para hacer temblar a la guardia, que temía que en plena Guerra Fría, el mandatario fuese objeto de espionaje o chantaje.
El aniversario del asesinato de John F. Kennedy ha desempolvado las viejas historias que dan una explicación oficiosa al famoso magnicidio y rellenan los huecos dejados por una versión oficial que no convence a muchos en un país aficionado a las teorías de la conspiración.
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