Las políticas públicas son algo complicado. Más allá de lo que puede prometerse para llegar al gobierno, o incluso cuando se escriben y promulgan leyes, aterrizar esas promesas o decisiones no es asunto trivial.
De hecho, una gran cantidad de ideas que parecen prometedoras acaban siendo una pesadilla cuando las quiere uno implementar. Las causas son muy diversas, pero las puede uno agrupar en unos pocos conjuntos. Está, por un lado, la terrible circunstancia de que somos seres humanos, y por lo tanto limitados en nuestra racionalidad y proclives al oportunismo. Dicho de otra forma, somos medio brutos y medio abusivos. Todos. Cuando hay un cambio en las reglas, que una política pública no es otra cosa, entonces hay dificultades para entender qué puede hacerse y cómo, pero también hay un cambio en las posibilidades de abusar. Los que tenían espacios antes del cambio, ya no los tienen; y los que antes no tenían cómo, ahora encuentran. Y no importa de qué sociedad ni de qué tiempo hablemos, así somos los humanos. Es claro que hay sociedades que han mejorado mucho, y en las que los espacios de abuso se han reducido por una presión constante, pero hay otras, como la nuestra, en que eso no ha ocurrido. Al contrario, acá seguimos festejando a los abusivos. Pero ése es otro tema.
Una segunda causa de fallas en la aplicación de políticas públicas es que tanto las ideas como sus versiones legales suelen menospreciar las restricciones de la realidad. Ya no hablamos de los problemas humanos, que mencionamos en el párrafo anterior, sino del resto de recursos. Hay a quien se le ocurren brillantes ideas para el campo, sin conocer cuál es ese campo, y sus condiciones orográficas e hidrológicas, y anda pensando en que produzcamos millones de toneladas de grano. Hay otros que piensan que pueden construirse casas, o incluso ciudades, en cualquier parte. Hay de todo.
Un caso específico de esta falla que es muy frecuente es el tema financiero. Cuando uno decide un cambio de reglas, está también provocando un desplazamiento de recursos, y eso no ocurre nomás porque sí. En México, por ejemplo, para el próximo año el gobierno va a tener un déficit importante, que implica que se “comerá” recursos que no estarán disponibles para otros solicitantes. En principio, esto implicará un alza en el precio de esos recursos, es decir la tasa de interés. Nada es gratis.
Bueno, toda esta introducción para comentarle la tragedia que vive el presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Cuando llegó a la presidencia, al inicio de la Gran Recesión, el enojo contra Bush y el partido Republicano era tan grande que Obama no sólo ganó la presidencia, sino que tenía mayoría en ambas cámaras del Congreso. Eso lo interpretó no como el enojo de los votantes contra su antecesor, sino como el respaldo abrumador de su posición política, y transformó ese apoyo en una política pública que consideraba determinante: la cobertura en salud.
En Estados Unidos, como le he comentado en otras ocasiones, el sistema de salud no es como en México o Europa, en donde hay cobertura asociada al empleo a través del sistema de gobierno. Acá tenemos el IMSS, que cubre a la mitad de los mexicanos a través de los cerca de 16 millones de asegurados, por ejemplo. En Estados Unidos los programas de gobierno cubren a los más pobres en algunas cosas (Medicaid) y a los adultos mayores (Medicare). El resto de la población tiene que tener su seguro de gastos médicos para evitarse una tragedia patrimonial en caso de tener una enfermedad o accidente severo. En muchas empresas de ese país, el seguro lo ofrece la empresa, que paga el total o una parte de ese seguro. Pero no todas lo hacen, sobre todo para los trabajadores de menores ingresos.
Por eso para los Demócratas el tema de la salud es tan importante, porque hay deficiencias serias en cobertura, pero también porque el costo de los servicios de salud en Estados Unidos es elevadísimo. Es el país que más gasta en ese tema (18% del PIB gastará en 2014, la mitad el gobierno), y a nivel doméstico se gasta más en salud que en alimentación. Es el tema social, pues.
Entonces, se creo una ley que se llama de Atención Accesible (ACA por sus siglas en inglés), que obliga a las empresas a contratar el seguro de gastos médicos de sus empleados o pagar una multa. Para ello, se establecieron ciertas condiciones en esos seguros. Esta ley se aprobó en 2010, fue controvertida en la Suprema Corte y sobrevivió, y fue la excusa del conflicto presupuestal de hace un mes: los Republicanos intentaron dejar sin recursos este programa para que no se aplicara. Al final, los Republicanos perdieron, y se llevaron un costo muy elevado por sus acciones.
Pero ahora ha iniciado el proceso de afiliación al nuevo seguro y ocurrió lo que los opositores decían, y Obama y seguidores negaban: los seguros obligatorios son más caros que los seguros voluntarios que tenían muchas personas a las que su empresa no les cubría. Pero la ley los obliga a cancelar ese seguro y a recibir el nuevo. Millones de estadounidenses pagarán más por su salud gracias a la nueva política pública.
Y la razón es financiera: si usted va a cubrir más personas, que antes no tenían seguro, lo más probable es que tengan más riesgos que las que ya estaban cubiertas, de forma que la prima del seguro tiene que subir. Y como el seguro depende de repartir ese costo entre todos, pues las primas serán más altas para todos. Y ahora quien está perdiendo popularidad a gran velocidad es Obama y el partido Demócrata, al grado de que muchos miembros de ese partido piden a Obama que permita que las personas puedan mantener su seguro individual. Incluso lo hizo el martes Bill Clinton. Pero eso no es posible, porque la ley no lo permite. Pero peor, porque las finanzas no lo permiten, y si la ley puede ignorarse, las finanzas no, como debería ser ya claro después de tantas tragedias financieras.
Dice nuestro refrán que “El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”. Obama ya puso sus piedritas.
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