JFK's Presidency and the Judgment of History

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La presidencia de JFK y el juicio de la historia

Desde que el joven mandatario estadounidense John F. Kennedy fue asesinado en Dallas, el 22 de noviembre de 1963, mucho se ha especulado sobre el curso que hubiese tomado su presidencia de mil días de no haber ocurrido ese trágico suceso. Para los defensores de Camelot, la mítica corte del rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda con la que la viuda de Kennedy quiso asociar su presidencia, EU se encaminaba hacia una nueva era de paz, prosperidad y progreso social. Los múltiples desafíos que habían ocupado la atención del difunto mandatario —la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, la confrontación con la URSS en torno a Cuba y Berlín, la crisis en Vietnam del Sur, la pobreza en América Latina, la carrera espacial— quedarían, en gran medida, resueltos. La reelección de Kennedy en 1964 le permitiría consolidar sus logros y asegurar su legado.

El elemento central de esa tesis triunfal —propagada por algunas de las mentes más lúcidas en el entorno inmediato del presidente martirizado— fue que él jamás hubiese enviado a medio millón de tropas estadounidenses a apuntalar el corrupto y tambaleante régimen anticomunista de Vietnam del Sur. Las credenciales liberales de Kennedy fueron elevadas a las nubes en JFK, la polémica cinta dirigida por Oliver Stone en 1991, la cual introdujo una nueva generación de cineastas a las teorías conspirativas sobre el asesinato en Dallas puestas en boga en los años anteriores y abrazadas por un creciente número de norteamericanos. Para quienes procuraron conservar una pizca de objetividad en torno de la figura de Kennedy, convencer a su ejército de aduladores de que su presidencia merecía un tratamiento más balanceado resultaría por mucho tiempo una misión casi imposible.

Después de medio siglo, ¿qué conclusiones podemos alcanzar respecto a esa presidencia interrumpida y sobre la dirección que hubiese tomado? Pese a su personalidad y carisma, es bueno recordar que Kennedy derrotó a su contrincante republicano, Richard Nixon, por un margen de apenas 118 mil 574 votos en la justa presidencial, si bien el demócrata obtuvo un respaldo más que suficiente en el colegio electoral (303 votos versus 219). A poco de haber entrado a la Casa Blanca en 1961, el liderazgo de Kennedy fue sometido a una dura prueba. El revés sufrido por una fuerza invasora conformada por exiliados cubanos en Bahía de Cochinos puso al descubierto la inexperiencia de Kennedy, en tanto que su desastrosa entrevista con el líder soviético Nikita Kruschev en Viena dos meses después aumentó la tensión internacional y preparó el terreno para la crisis de los misiles en octubre de 1962.

Dicha crisis puso al mundo al borde de un holocausto nuclear y constituyó el momento más peligroso en la historia de la Guerra Fría. La decisión de Kruschev de introducir cohetes nucleares a Cuba con tal de desalentar una invasión de EU a esa isla y asegurar la supervivencia de Castro fue una apuesta irresponsable y temeraria. Por fortuna, Kennedy resistió la propuesta de los jefes del estado mayor conjunto de atacar a Cuba y destruir las ojivas nucleares, privilegiando una salida negociada. Kennedy decretó un bloqueo naval y aéreo a Cuba que obligó a las embarcaciones soviéticas a retroceder y ganó tiempo para que Kruschev y él buscaran un acuerdo. La URSS aceptó retirar los misiles a cambio de un compromiso de EU de no invadir a Cuba. La manera en que Kennedy resolvió esa crisis cimentó su reputación como un gran estadista.

La culminación de la crisis de los misiles fue el primer paso hacia la política de detente entre las dos superpotencias. A mediados de 1963, EU, la URSS y el Reino Unido firmaron un tratado que prohibió la realización de pruebas nucleares en la atmósfera. Sin embargo, los logros domésticos de Kennedy no fueron tan evidentes.

Ciertamente, Kennedy se pronunció a favor de los derechos civiles de la población afroamericana pero él no pudo persuadir al Congreso de aprobar la legislación requerida. Kennedy estaba temeroso de perder el respaldo de los demócratas sureños, quienes veían con malos ojos cualquier intento de mejorar la condición de los afroamericanos. Los enfrentamientos entre los seguidores de Martin Luther King y los defensores de la segregación racial en Alabama y otros estados sureños fueron un aviso de que las cosas habían llegado a su límite.

El Kennedy que arribó a Dallas lucía relajado y seguro de sí mismo. Con toda seguridad, él hubiera derrotada al candidato republicano Barry Goldwater en la contienda presidencial de 1964. En su segundo mandato, Kennedy habría estado mejor colocado para satisfacer los reclamos de la minoría afroamericana. Por otra parte, Kennedy hubiese seguido impulsando la Alianza para el Progreso —su programa de asistencia para combatir la pobreza en América Latina y neutralizar la influencia de la Revolución Cubana— con mayor vigor que su sucesor. Lyndon Johnson siempre afirmó que su plan de gobierno era el de Kennedy. En gran medida tenía razón. La duda que persiste es si Kennedy hubiese optado por ampliar la presencia de EU en el conflicto de Vietnam. La experiencia de Bahía de los Cochinos y la crisis de los misiles llevaron a Kennedy a desconfiar de las soluciones armadas. Poco antes de su muerte, Kennedy anunció que reduciría el número de asesores militares de EU apostados en Vietnam del Sur. Para 1963, él estaba convencido de que una respuesta mesurada a una crisis regional era preferible a cualquier acción precipitada.

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