Una persona que sabía más que yo de casi todo me dijo una vez: en la vida, y en política, amagar y no dar es garantía para perder. La máxima, más allá de su profundidad filosófica, se me quedó grabada, y ya han pasado años de aquello. Veo reflejada su aplicación en multitud de noticias desde aquello, y lo que ocurre en Siria es un ejemplo tan válido como otro cualquiera.
Ya hemos contado mil veces que en ese país gobierna desde hace décadas la misma familia, sustentando su occidental modo de vida en la tradicional manera de sufrir que tienen muchos países de lo que llamamos el tercer mundo. Bachar Al-Asad, tras comerse varios varapalos militares al comienzo de un conflicto que ya se ha cobrado más de 150.000 muertos y desplazado a muchos más de sus hogares, ha cogido ritmo tras comenzar a entregar sus armas químicas a Occidente – todo indica que después de haberlas utilizado incluso contra población civil – y ver como se sumaban a la lucha contra su régimen grupos radicales vinculados a Al Qaeda. Esto relajó mucho los humos de Estados Unidos, que había amagado con pasar a la acción y decorar la mansión de Al-Asad con unos misiles lanzados desde sus silenciosos drones. Como los rusos, que son buenos amigos de los Al-Asad desde los tiempos de las guerras contra Israel, no estaban por la labor de dejar pasar nada en el Consejo de Seguridad de la ONU, parece que a Barack Obama de momento le sirve con que el tirano les vaya dando unos bidones con gases letales. Convenientemente vendido en los medios de su país, parecerá que ha logrado hacer desaparecer las armas de destrucción masiva de Siria. Algo que su predecesor en el cargo también logró en Irak, tanto, que nadie sabe todavía dónde acabaron. Seguro que se perdieron en algún aeropuerto, como las maletas.
Viendo la proliferación de esos grupos de fanáticos que con la excusa de liberar Siria han entrado en el país para imponer la ley islámica tal y como ellos la entienden, y sus supuestas conexiones terroristas, a Obama se le ha encogido el dedo que tenía en el botón de la acción. Si en vez de amagar hubiese dado con el mazo sin compasión cuando hombres, mujeres y niños caían bajo las bombas y el la ponzoña química de Al- Asad, probablemente hoy no estaríamos lamentando el salto que han dado esos combatientes a Irak, donde han tomado un par de ciudades por la fuerza. Amagar y no dar, para perder cualquier oportunidad de arreglo democrático en Siria, y poner a prueba la maltrecha estabilidad de otro país, Irak, en el que todavía se escucha el eco de la maquinaría bélica americana. Esperemos que esto no sea solamente la punta del iceberg, y Obama haya decidido ya que le sirve Al-Asad como animal de compañía si este le promete mantener a raya a los radicales islámicos. La política exterior requiere de sacrificios, aunque sea de los propios principios.
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