La propaganda corporativa para promover la hegemonía y la dominación del capitalismo tiene como una de sus armas más sistemáticas la manipulación de los términos del lenguaje político y económico en la información.
No más de diez megacorporaciones poseen y controlan los grandes medios de información de Estados Unidos, además del negocio del entretenimiento y la cultura de masas. Abarcan el mundo editorial, el de la música, el cine, la producción y distribución de los programas de televisión, las salas de teatro, la Internet y los complejos recreativos tipo Disney World, no sólo en su país sino similarmente en buena parte del hemisferio occidental, Europa y el resto del mundo. Con este vasto emporio propagandístico bajo su control, a la élite del poder, que constituye el verdadero supergobierno de los Estados Unidos, le resulta factible imponer modas y maneras a la información y la publicidad, a escala global.
Así, han logrado identificar con características propias de su ordenamiento político, económico y social términos como democracia, libertad, derechos humanos y tantos otros cuando justamente es en la esencia del orden capitalista donde está la raíz de las violaciones contra la democracia, la libertad y los derechos humanos.
Incluso llegan a asumir la posición de árbitro y custodio de estos términos, reservándose la facultad de calificar, respecto a ellos, a cualquier ordenamiento ajeno y así censurar a los que difieran del modelo que conviene a su política exterior hegemónica.
Mediante la reiteración mediática de ciertos calificativos, acuñan términos peyorativos como tiranos, dictadores, terroristas y extremistas para aplicarlos contra dirigentes políticos inconvenientes, hostiles a la hegemonía estadounidense.
Fijan de esa forma calificativos destinados a alojarse en el subconsciente de los ciudadanos ahorrándose con ello, para sus ataques, los razonamientos. Con una sola palabra transmiten la carga de injurias que han acumulado en ella a base de cantinela reiterativa en los medios. Tal ha sido el caso del término comunista, intensificado como grave insulto a partir de la guerra fría.
Recuerdo una tonada colombiana que se popularizó por todo el continente americano en los años 60 del pasado siglo que decía: “si las cosas de Fidel son cosas de comunista, que me pongan en la lista, que estoy de acuerdo con él”.
Antes del triunfo de la revolución en Cuba los medios habían dotado al término “comunismo” de tan desdeñosa connotación que en una publicación clandestina contraria a la dictadura de Batista, algún revolucionario, con evidente ingenuidad, escribió en cierta ocasión: “…Nos acusan de ser comunistas y los verdaderos comunistas son ellos: los batistianos y los yanquis”.
En contraposición, hay términos prácticamente excluidos del lenguaje que manipula la gran prensa corporativa al referirse a las motivaciones de los movimientos populares. Sobresalen por su ausencia los que se identifican con aspiraciones nacionales como autodeterminación y soberanía, así como otros que reflejan aspiraciones sociales populares como lucha de clases, igualdad, insurrección, revolución y rebeldía, entre otras.
Cuando se habla de derechos humanos, limitan el término a los derechos civiles e ignoran los derechos sociales, tan humanos como aquellos: laborales, económicos, alimentarios, educativos, de género, a la salud…pero menos susceptibles de manipulación demagógica sin ofrecer avances reales a los ciudadanos.
Se hace el juego al monopolio de la información hacia el que se orienta la superpotencia cuando se acepta y repite el contenido y la extensión de ciertos términos de los que los medios corporativos se han apropiado o pretenden hacerlo, tales son los casos de sociedad civil, desarrollo humano y otros a los que a los pueblos correspondería dar una más amplia y lógica utilización en beneficio de sus causas y no cederlos para su uso y abuso por los poderes fácticos. Para los medios corporativos estadounidenses y los que reproducen sus mensajes, los gobiernos de países que no aceptan su absoluta hegemonía son “regímenes” y, al calificarlos así, se ahorran una serie de improperios que le han ido endilgando sistemáticamente a ese término a lo largo de muchos años. De ahí que jamás se lea o se oiga hablar en la corriente mediática principal del régimen de Washington o se califique así al gobierno de alguno de los aliados de Estados Unidos.
Otra manipulación muy evidente de los términos con fines propagandísticos es la que califica de exiliado a todo inmigrante de un país incómodo para Washington y, en cambio, jamás se aplica ese vocablo a los que emigran de los demás países o a ciudadanos estadounidenses obligados a emigrar por motivos de persecución policial cuyo número, por cierto, crece cada vez más en todo el mundo.
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