Snowden dice que le quieren asesinar
Rafael Poch | 28/01/2014
La entrevista con Eduard Snowden que el primer canal de la televisión alemana (ARD) ofreció el domingo por la noche, fue extraordinaria por varias razones. En primer lugar era la primera en profundidad con el ex agente contratado de la NSA que se ha convertido en el disidente más notable de lo que llevamos de siglo: un héroe de nuestro tiempo que ha demostrado la existencia de Big Brother, una especie de Tomás de Aquino del siglo XXI pero con documentos. Periodísticamente era lo que se conoce como un scoop, una valiosa exclusiva mundial.
Al margen de eso, la entrevista, que se celebró en Moscú -y a juzgar por el mobiliario en el hotel Metropol o Nacional de la capital rusa- fue también extraordinaria por su contenido, por lo que Snowden dice en ella, empezando por la afirmación de que “funcionarios del gobierno de Estados Unidos me quieren matar”.
Y en tercer lugar fue un suceso notable por su tratamiento informativo. Normalmente ante una entrevista así, una televisión primero transmite la entrevista y luego organiza un debate sobre ella. En este caso fue al revés: primero el debate, sobre aquello que aún no se había visto, y luego la entrevista. El motivo fue eludir audiencia: el debate se realizó a la hora de máxima audiencia –y tuvo 4,5 millones de teleespectadores- y la entrevista a las 23,15, cuando la mayoría de los alemanes ya se han ido a la cama, a pesar de lo cual tuvo una audiencia de 2 millones. Aún así fue noticia: al día siguiente, lunes, todos los diarios alemanes se hicieron eco de la entrevista. No así en Estados Unidos, donde agencias de prensa, televisiones y periódicos no han mencionado el asunto.
La televisión alemana anunció el debate sobre la entrevista bajo un título tan cutre como “¿Héroe o traidor?”, una alternativa bastante popular para el establishment (políticos y periodistas) pero absolutamente estrambótica para la gente corriente razonablemente inquieta por ser carne de Big Brother en sus ordenadores, teléfonos, desplazamientos o economías, para la que esa pregunta es manifiestamente absurda.
El propio Eduard Snowden respondió a esa pregunta de la siguiente manera: “Si soy un traidor, ¿a quien he traicionado? Di toda mi información al público americano, a periodistas americanos que están informando sobre temas americanos. Si ellos lo ven como una traición, me parece que la gente debería considerar para quien creen que están trabajando: se supone que su patrón es la opinión pública y que ésta no es su enemigo. Más allá de eso y en lo que respecta a mi seguridad personal, nunca me sentiré seguro hasta que esos sistemas hayan cambiado”.
Snowden se refirió al militar citado por la página web de Estados Unidos “Buzzfeed” que dijo: “si tuviéramos la posibilidad, acabaríamos con él muy rápido; mientras camina por las calles de Moscú, alguien le empuja, él se vuelve a casa tranquilamente, y al día siguiente te enteras de que ha muerto en la ducha”. Otro analista de la NSA, decía: “en un mundo en el que no estuviera prohibido matar a un americano, iría yo personalmente a matarlo”. La hipótesis del analista es falsa, pues la administración Obama ya ha asesinado extrajudicialmente a por lo menos dos ciudadanos de Estados Unidos con drones: el imán Anwar Awlaki, de origen yemení y nacionalizado americano, y su hijo de dieciséis años Abdulrajman, nacido en Colorado. Pero eso es lo de menos.
“Esa gente son funcionarios del gobierno y dicen que me meterían una bala en la cabeza o que me envenenarían cuando salgo del supermercado y que luego moriría bajo la ducha”, explicó Snowden tranquilo y sonriente. Duerme tranquilo porque considera haber hecho lo que había que hacer según su conciencia.
El disidente, al que la complicidad occidental con el abuso de Estados Unidos ha convertido en paria mundial, explicó su acción en meridianos términos de defensa de los más básicos derechos civiles. “Cada vez que activas el teléfono, marcas un número, escribes un E- Mail, haces una compra, viajas en un autobús llevando un móvil, o pasas la tarjeta por la cinta magnética, dejas un rastro y el gobierno ha decidido que es una buena idea almacenar todo eso, todo, incluso si nunca has sido sospechoso de ningún delito”.
El ex agente explicó cual fue el “momento decisivo” que le llevó a hacer públicos los documentos de la NSA. Fue en marzo de 2013, “al ver al director de la NSA, James Clapper, mintiendo directamente y bajo juramento ante el Congreso”. Clapper negó la existencia de programas que recogiera información sobre millones de ciudadanos americanos. Aquello “fue la demostración” de que no había nada que hacer y de que solo la denuncia desde dentro podía exponer la verdad: “la ciudadanía tiene derecho a saber sobre esos programas, a saber lo que el gobierno está haciendo en su nombre y lo que está haciendo contra ella”.
Snowden está en Moscú, y no en Alemania, Francia, o cualquier otro país europeo, porque los gobiernos de esos países no han querido. “La lista de países a los que solicité asilo es tan larga que ya no la recuerdo”, dijo.
Preguntado por la acusación de que lo que ha hecho es “ilegal”. Snowden distinguió entre la banal noción de lo legal y lo legítimo: “Creo que está claro que hay ocasiones en las que lo que es legal es distinto de lo que es legítimo. Hay muchos casos en la historia en los que americanos o alemanes pueden ver en la historia de su país que la ley permitía a su gobierno hacer cosas que no eran legítimas”. La observación tocó un punto muy sensible, y más que obvio, de la memoria alemana, el “Unrecht” de los nazis, según los cuales el racismo y los crímenes contra la humanidad más abominables eran legales.
Preguntado por la posibilidad de regresar a Estados Unidos para ser juzgado, Snowden dice que, según la ley de espionaje de 1917, eso significaría aceptar un “juicio farsa”, como el de Bradley/Chelsea Manning, en el que no le dejarían plantear su defensa contra un aparato de espionaje ilegal y en el que los documentos necesarios para su defensa serían declarados “clasificados” por lo que sería imposible apelar al sentido democrático de los jueces.
El disidente sugiere que no solo Merkel sino buena parte del mundo político y económico alemán es espiado por la NSA, incluso empresas como Siemens o Mercedes, aunque no tengan nada que ver con seguridad y sí con el interés económico.
Cuando en el debate en el estudio de la ARD que precedió a la retransmisión de la entrevista moscovita, el ex embajador de Estados Unidos en Alemania, John Kornblum, uno de los invitados, respondió a la hipótesis de un asesinato, envenenamiento o secuestro de Snowden, diciendo, “lo excluyo por completo”, el auditorio estalló en risas. Cuando el diputado Hans-Christian Ströbele dijo que, “es una vergüenza para la democracia y el estado de derecho que Snowden se haya tenido que refugiar en Moscú”, grandes aplausos.
Las simpatías del público quedaron claras, pese a los esfuerzos de ARD por apartar su propio scoop mundial del horario de máxima audiencia y de un título tan tendencioso. Solo un 14% de los alemanes considera “criminal” a Snowden. Eso no cambia la realidad de Big Brother, pero le complica la vida.
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