Democrats Run Away from Obama

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En el inicio de una intensa batalla electoral para retener el control de la mayoría en el Senado de Estados Unidos, un puñado de candidatos demócratas que luchan por reelegirse en el cargo huyen estos días del presidente Barack Obama como si se tratara de la peste.

La mala sombra del mandatario, cuya popularidad se mantiene bajo el agua con apenas 41%, se ha convertido en un elemento tóxico para su propia tribu demócrata que hoy le considera una pesada carga en la difícil misión de retener el control del Senado.

Los problemas del presidente, particularmente los tropiezos que ha tenido la implementación de la ley de salud, se han convertido en la trinchera de los republicanos que buscarán a toda costa frustrar los desesperados intentos del Partido Demócrata por no perder los escaños de Alaska, Arkansas, Louisiana, Carolina del Norte, Virginia y Dakota del Sur, donde los candidatos republicanos se perfilan como posibles vencedores.

El problema que representa el presidente en las campañas a la reelección de algunos de sus correligionarios ha sido reconocido por el propio Obama, quien ha prometido no hacer acto de presencia en sus campañas a la reelección.

“El presidente nos dijo que entendería si algunos (de los candidatos a la reelección) en el Senado no le piden que acuda a sus actos de campaña”, aseguró un veterano operador del partido demócrata en alusión al encuentro mantenido hacia fines de la semana pasada entre el presidente Obama y miembros del Senado.

Por regla general, es muy raro el caso de un presidente que no haya cometido errores o que no haya sufrido el natural desgaste del sexto año de gobierno. Los casos de Dwight Eisenhower en 1958, Lyndon B. Johnson en 1966, Richard Nixon en 1976 o George W. Bush en 2006, confirman esta regla no escrita que se ha convertido en una poderosa variable en las elecciones de medio término durante un segundo mandato.

Entre las pocas excepciones a esta regla está el caso de Bill Clinton quien no sólo no perdió el control del Senado en 1998, sino que consiguió conquistar algunos escaños en la Cámara de Representantes.

Pero, a diferencia de Clinton, Obama ha librado durante sus años en la Casa Blanca una guerra soterrada de odio racial que le han impedido el avance de su agenda del cambio frente al Partido Republicano. Tras haber sido encumbrado como una especie de mesías electoral demócrata, Obama se ha convertido en un ángel caído al que rehúyen muchos candidatos demócratas que se juegan su futuro.

El pesimismo que acompaña estos días a los demócratas contrasta con el optimismo de las filas republicanas que han comenzado a barruntar la victoria que les permitirá atar de manos al presidente en sus últimos dos años de mandato, obligándolo a defenderse con una batería de vetos presidenciales para tratar de evitar el desmantelamiento de su agenda del cambio.

“Aún tenemos problemas por resolver, pero creo que hoy estamos mejor posicionados que hace un año para recuperar el Senado”, dijo el senador republicano por Kansas, Jerry Moran, en alusión a las profundas divisiones internas entre el sector moderado y los extremistas del Tea Party que han apostado todo para desmantelar la agenda del cambio de Obama

A pesar de estas divisiones, entre los líderes del Partido Republicano existe el convencimiento de que los bajos índices de aceptación del presidente y los recursos multimillonarios que les acompañan (por cortesía de los hermanos David y Charles Koch, magnates de la industria petroquímica y enemigos de Obama), les permitirán capturar el control del Congreso, mientras los demócratas huyen lo más lejos posible del presidente para evitar ser arrastrados en una eventual cascada de derrotas.

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