No le dio tiempo ni a respirar. Apenas logró estabilizarse la diplomacia de Barack Obama del pantano en que terminó su fallida intervención en Siria, el ruso Vladimir Putin tomó nuevo impulso en su afán por convertirse en el verdugo local e internacional del liderazgo político del norteamericano.
En rápido recuento, en los últimos meses la Rusia de Putin fue capaz de abortar la anunciada intervención de Estados Unidos y sus aliados en Siria. Nada de eso ocurrió y hoy su aliado, Bashar al-Assad, sigue en Damasco, tras haber disparado con gas sarín a su propia gente.
No sólo eso. Moscú tiene un papel activo en el conflicto entre Israel y Palestina, intervino en la solución sobre el programa nuclear de Irán y adelanta un proceso de negociación con Corea del Norte.
Para frutilla del amargo postre que le hace comer a una diplomacia norteamericana que intuye débil, Putin acaba de dar asilo al ex analista de la CIA Edward Snowden, pese a la advertencia de Washington de que no lo hiciera.
“Nuestras relaciones bilaterales no están avanzando como se esperaba”, fue lo que dijo por entonces Obama. La sentencia fue el prolegómeno de su “represalia” de ese momento. Esto es, cancelar una reunión bilateral con el ruso en San Petersburgo.
Pero en casa las advertencias de Obama parecen descolocarlo frente al ruso. En el Congreso crecen los reproches de republicanos que no soportan lo que consideran poco menos que una humillación.
“Hay que hacer algo cuanto antes”, dijo el presidente del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, el republicano Edward Royce.
Pero hasta ahora las advertencias de la administración demócrata -un abanico que incluye sanciones económicas y la suspensión de ejercicios militares y de conversaciones comerciales con Moscú- no sirvieron de mucho para persuadir a Rusia de que retirara sus tropas de la invadida Crimea.
“Ya sabemos que Obama no sirve para amenazar”, comentó, mucho más crítico, el senador republicano por Carolina del Norte Lindsay Graham.
Más allá de la harina que hacen los republicanos cada vez que Putin le amarga el trigo a Obama, lo cierto es que es posible que sus observaciones resulten certeras. Eran pocos los que anoche creían que los rusos se mostrarían dispuestos a replegarse. “Yo no soy muy optimista de que vayan a retirarse”, admitió el reciente ex embajador norteamericano ante Moscú Michael McFaul.
La desconfianza entre las dos capitales crece, y por momentos retrotrae a la Guerra Fría. Es un escenario preocupante para Obama, que está bajo presión de mostrar que tiene influencia en Putin en un conflicto que tiende a profundizarse entre el Este y el Oeste.
“Creo que ya desde el episodio de Snowden asistimos al final de la política de relanzamiento de la relación con Moscú que había propuesto Obama”, sostuvo Matt Mitchell, del Centro Carneggie de Estudios Internacionales.
“Y ése no fue sino el final de una seguidilla de episodios que muestran que la relación entre las dos capitales no funciona”, añadió.
El problema para Obama es que, hasta ahora, en el conteo de la seguidilla de desencuentros, Putin parece llevar más puntos a favor. Ahora, una vez más, lo fuerza a una ronda de negociaciones que no estaba para nada en su agenda.
Con todo su aspecto de polvorín, la crisis de Ucrania no resulta un caso aislado en el pulso que Moscú quiere imponerle a Washington. Una presión en la que lo obliga a salir de la retórica y desgastarse en la mesa de negociaciones, al ritmo de la forma que cobra el tablero ruso.
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