The Cold War Has Ended

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La Guerra Fría terminó

La política exterior del gobierno de Mujica parece no haber asumido que la Guerra Fría terminó. En tiempos de la Guerra Fría, entre 1947 y 1991, el juego de las dos superpotencias marcó el escenario internacional. La Unión Soviética por un lado y Estados Unidos por el otro intentaron extender sus influencias a la vez que contrariar el protagonismo del rival, en Asia, África, Europa y América Latina. En ese esquema, nuestro continente tuvo a Cuba como principal protagonista dentro del campo soviético, y al propio Estados Unidos incidiendo en varios países. Fidel Castro intentó hacer de la cordillera de los Andes la Sierra Maestra del continente, señalando así su voluntad revolucionaria por doquier. En contrapartida, Washington procuró impedir que su zona natural de influencia hemisférica fuera ganada por su rival ruso.

Caída la Unión Soviética en 1991, el escenario geoestratégico de América Latina cambió. Los años noventa vieron el auge de la democratización en distintas partes del mundo. Terminada la amenaza comunista en su zona de influencia, Estados Unidos ofreció un camino de integración comercial para el hemisferio. Primero con el acuerdo con México y Canadá, luego con gran parte de Centroamérica, y finalmente con algunos países de América del Sur, logró su objetivo.

Así, la agenda del continente pasó a girar en torno a cuestiones de crecimiento económico y desarrollo institucional. Sin embargo, hubo una izquierda en el continente que quedó anclada en una retórica revolucionaria y antiestadounidense. Pervivió en este siglo XXI en torno a la figura de Chávez y a la influencia cubana, y mantuvo un discurso antiimperialista como en tiempos de la Guerra Fría.

Es en este esquema conceptual que se mueve la política exterior de Mujica. Rinde pleitesía a la dictadura comunista cubana como si estuviéramos en plena Guerra Fría, como si hubiera que alinearse al campo soviético, y como si Cuba fuera un factor de poder internacional relevante. Calla también, sistemáticamente, todas las violaciones a las libertades individuales de los gobiernos de los países del continente que estén alineados al proyecto de unidad americanista que excluya a Canadá y a Estados Unidos. Tampoco defiende nuestros intereses nacionales, si ellos contravienen los de Buenos Aires o los de Brasilia y contradicen al sueño de patria grande y socialista.

Cuando sale de la región, esta política exterior de Mujica y Almagro cree que para ser de izquierda debe contrariar la influencia estadounidense en el mundo. Por eso vio con agrado hace algunos años atrás el protagonismo iraní en América del Sur. Por eso también, apuesta a las inversiones y al comercio con China. Cree entonces que el papel de Uruguay en el mundo es colaborar con potencias internacionales y regionales que hagan contrapeso a Estados Unidos, como si viviéramos, aún, en la Guerra Fría, y estuviera el país alineado a la Unión Soviética.

Lamentablemente para la rancia concepción internacionalista de este gobierno, el mundo cambió. Para Estados Unidos en particular el papel de América Latina, es completamente diferente al de la segunda mitad del siglo XX. Los países que en el hemisferio quieran adherir a su lógica de crecimiento y desarrollo cuentan con su apoyo y avanzan en este sentido: allí está por ejemplo el auge de los que integran la Alianza del Pacífico, todos ellos con acuerdos de libre comercio con Washington. Pero los países que no quieran integrarse a ese movimiento no preocupan a Estados Unidos. Si Uruguay quiere ser protagonista desde su privilegiado lugar geográfico, bienvenido. Si por el contrario prefiere hacerse invisible tras el gran aliado estadounidense en la región que es Brasil, buena suerte: en ese escenario, las prioridades de Washington no pasan por resguardar su influencia en todos los rincones de América del Sur como en tiempos de Guerra Fría. Cada uno quedará librado a su destino.

Así las cosas, una política exterior que defienda el interés nacional pasa por entender en qué mundo vivimos. Uruguay ganará influencia regional toda vez que asuma que su estratégico lugar en el continente le permite asociarse con lejanos y poderosos países amigos con el objetivo de crecer económicamente y de desarrollarse institucionalmente. Hay que dejar de jugar a ser protagonista de la patria grande, socialista y antiimperialista.

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