La provocación beligerante del gobierno de Estados Unidos es cada vez mayor. Los recientes acontecimientos en Venezuela constituyen una injerencia insolente e inaceptable del gobierno de Barack Obama. Sin contar las derrotas anteriores en los quince años que lleva la revolución bolivariana, las dos últimas votaciones presidenciales, la reelección de Hugo Chávez y la ratificación constitucional de Nicolás Maduro; y las elecciones para las gobernaciones y los municipios llevadas a cabo en diciembre pasado, demuestran el fortalecimiento indiscutible del bloque bolivariano.
Estos resultados fueron confirmados y garantizados por las más prestigiosas misiones internacionales de observación, con lo cual quedó claro el apoyo mayoritario a un gobierno surgido de la democracia participativa que, precisamente, hace apenas dos meses y medio sacó una ventaja de casi doce por ciento en las circunstancias adversas de la guerra económica y los sabotajes a la producción y los servicios públicos. La victoria obtenida por los bolivarianos, a pesar de esta espantosa política destructiva, fue en verdad un verdadero plebiscito tal como reclamaba la MUD y los transgresores de la ley: Henrique Capriles y Leopoldo López.
La apuesta por la democracia cada vez más amplia en el orden social, económico y político, encauzada por la revolución bolivariana no le interesa a Washington como tampoco a las oligarquías latinoamericanas. De ahí que perdidas las consultas populares en todas las instancias, se trata ahora de socavar el orden interno y externo para detener y destruir un proceso que ya no pertenece sólo a Venezuela sino al continente entero, llamado viciosamente el “patio trasero” de Estados Unidos. La agitación fascista, modelo conducente a derrocar gobiernos legítimos antipáticos a la Casa Blanca, continuará como nueva política desestabilizadora (golpes lentos); no se olvide que Venezuela es un país rico que posee una de las más grandes reservar de hidrocarburos del mundo y que desde el inicio de la revolución bolivariana asentada en el nacionalismo y la soberanía se ganó la hostilidad de los sectores dominantes corruptos de Latinoamérica y del imperialismo norteamericano.
En el orden externo, aparte de los destemplados ataques de la prensa monopólica contra el gobierno de Venezuela, desde abril 2011, con la creación de la Alianza del Pacífico los intentos de paralizar el avance de la integración social, económica, política y cultural, de América Latina no han cesado. Luego de fracasada la hegemonía norteamericana propuesta en ALCA por George W. Bush, el nuevo esquema geopolítico cambió y se ha consolidado mediante organismos autónomos tales como CELAC, UNASUR, MERCOSUR, ALBA, PETROCARIBE. Por si sola, a través del despertar de la conciencia ciudadana, la unidad latinoamericana ha sido forjada, siendo la llamada Alianza del Pacífico un manotazo de ahogado con el que los presidentes de ultraderecha del continente se someten a los designios imperiales para traer de regreso el Consenso de Washington. No es una casualidad que en menos de tres años la Alianza del Pacífico haya realizado ocho cumbres presidenciales de sus integrantes: Chile Colombia, México y Perú. Y menos que los cuatro gobiernos sean los principales cabecillas de la privatización totalizadora y de la liberación absoluta del mercado, la globalización y el neoliberalismo; además, tres de ellos los más vinculados a la corrupción, la violencia y el narcotráfico.
Por estas razones, en la última reunión del Foro de São Paulo 2013, esta Alianza de contrapeso a los avances integracionistas propios fue definida como una herramienta de zapa, de socavamiento por tener “un enfoque intervencionista, oportunista y anti-izquierdista para atacar la soberanía de las naciones de América del Sur. La reciente cumbre en Cartagena de Indias, los días 8-10 de febrero último así lo confirma. La reunión de los presidentes Piñera, Santos, Peña Nieto y Humala, no pudo contrarrestar el gigantesco éxito obtenido por la II Cumbre de CELAC en La Habana-Cuba, a pesar del despliegue publicitario de la gran prensa monopólica internacional y el interés norteamericano de hacer ver que todavía tiene influencia en un continente que poco a poco ha dejado de aceptar la injerencia en sus asuntos internos. Y es que la llamada Alianza del Pacífico no significa nada sin la presencia de Estados Unidos y sus bases militares repartidas en los países integrantes, los mismos que se adelantaron a firmar los Tratados de Libre Comercio para beneficio de los ricos empresarios privados no de los pueblos. En realidad el intercambio comercial entre los aliancistas del Pacífico es exiguo, apenas llega al cinco por ciento de sus exportaciones mientras que con Estados Unidos y los países industrializados supera el noventa por ciento.
Estados Unidos insiste en una relación difícil con Latinoamérica por desestimar el derecho de los pueblos del continente a su libre determinación y a su soberanía política, económica y social. Por esta razón, el gobierno estadounidense busca desestabilizar la región, principalmente a Venezuela, usando a la llamada Alianza del Pacífico para torpedear la unidad lograda en CELAC y la del bloque de gobiernos progresistas, pero no cuenta que todas estas economías juntas de México, Colombia, Perú y Chile, están fuera de las posibilidades de industrialización por ser meras exportadoras de recursos naturales, por consiguiente, dependientes al cien por cien de los precios internacionales del mercado controlado por las potencias económicas y además, son importadoras de los productos manufacturados, las maquinarias y los equipos de alta tecnología.
En realidad, la Alianza del Pacífico es un bloque de empresarios ávidos de fortunas fáciles, una coalición de bolsas de valores y mercados bursátiles, una unión de especuladores concentrando riqueza, un bloque de gobiernos antinacionales y corruptos que en vez de buscar construir una integración solidaria y complementaria, fortaleciendo las economías propias, se empeña en regresar a los dogmas del libre mercado y la liberación arancelaria. Es una Alianza fuera del contexto político participativo de América Latina y el Caribe, justamente, cuando el mapa político comienza a cambiar no sólo en el sur sino en Centroamérica con el Sandinismo en Nicaragua, la resistencia popular en Honduras, la conversión del Frente Farabundo Martí de El Salvador en primera fuerza política y los resultados electorales en Costa Rica a favor de la centroizquierda. En este contexto de cambio, Venezuela es para Estados Unidos una enorme piedra en el zapato, habiéndose construido una escalada mediática mundial golpista que acusa, sin sustento alguno, al gobierno de Maduro de ser violador de los Derechos Humanos, cuando son los gobiernos de las oligarquías latinoamericanas quienes asesinan impunemente a los pobladores humildes reclamando el derecho a la vida y el sustento de sus familias, tal como ocurrió hace 25 años con el llamado “caracazo” del ex presidente Carlos Andrés Pérez, 27 de febrero de 1989, donde más de 400 personas fueron eliminadas con armas de fuego disparadas por las fuerzas represivas. ¿Dónde estuvo esta misma prensa reaccionaria pidiendo la cabeza del presidente?
Carlos Angulo Rivas es poeta y escritor peruano.
Leave a Reply
You must be logged in to post a comment.