Obama in Brussels

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El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, cumplirá esta semana una agenda apretada que lo llevará a varias capitales europeas y Arabia Saudita. De todas las escalas, la más noticiosa (y debiera ser la más importante) es la que tendrá como marco Bruselas, sede de las principales instituciones de la Unión Europea. Las reuniones que tendrá con los dirigentes comunitarios son una novedad ya que, insólitamente, es la primera vez que el presidente norteamericano asiste a una cumbre en la capital de la UE (suspendió su asistencia a otra cumbre en 2010).

Las otras etapas de su periplo tienen cada una su significado e importancia. Por ejemplo, el programa incluye una visita respetuosa a un cementerio norteamericano en Bélgica, recuerdo de la ayuda de Estados Unidos en la guerra de 1914-1918, que debería haber terminado con todas las guerras. Asistirá también a un cónclave en La Haya sobre el uso y control de la energía nuclear, donde coincidirá con la máxima autoridad china. Visitará París y Berlín, máximos simbolismos del todavía existente eje de la integración europea formado por Francia y Alemania. Como reconocimiento a la siempre potente feligresía católica norteamericana, prestando debida atención a la novedosa actuación del papa Francisco, Obama visitará el Vaticano, además de que en la misma Roma se reunirá con el nuevo premier italiano. En el horizonte, sin embargo, estará la sombra de la Rusia de Putin, en plena resaca de la intervención en Crimea. Finalmente, para recordar que el mundo árabe sigue teniendo vigencia en la candente agenda de Washington, Obama asegurará a sus aliados saudíes que el apoyo norteamericano sigue siendo tan sólido como el prestado a Israel.

Pero el capítulo más significativo de este apretado viaje es precisamente en el escenario de la capital belga (donde habrá una parada en la sede de la OTAN) el acercamiento directo al corazón de la UE. La actitud ambivalente de Obama hacia la realidad de la integración europea es representativa de un sector importante del orden establecido norteamericano, su comunidad de inteligencia y seguridad y su entramado de análisis. Obsérvese que raramente la dirigencia de Estados Unidos se refiere a la “Unión Europea”, prefiriendo la vaga alusión a Europa. Pareciera que así es respetuosa con la percepción de ciertos sectores europeos (caso notorio del Reino Unido) donde la UE es solamente una de las opciones de política exterior. Europa para Estados Unidos es una realidad geográfica, histórica y cultural, mientras que la UE es un experimento en el que todavía se busca cuál es el teléfono que supuestamente demandaba Kissinger.

Presente en la agenda de temas, situado a nivel diferente del estratégico por la crisis de Ucrania, llama la atención el interés prestado por diferentes ramas del poder comunitario hacia el TTIP (el acrónimo en inglés del acuerdo de libre comercio e inversiones entre la UE y Estados Unidos). Aunque se ha estado cocinando durante varios años, y que se puede remontar al principio de las relaciones entre las dos entidades, fue explícitamente colocado en el centro de atención a mitad de 2013 y se pretende que las negociaciones estén muy avanzadas a final de este año, pero que se teme se extiendan hasta 2017.

Uno entonces se pregunta acerca de otras razones para las prisas actuales. No cabe duda que los datos que se barajan en cuanto a la creación de una cantidad respetable de puestos de trabajo a ambas orillas del Atlántico son una razón de peso en los momento de crisis todavía presente, tanto en Estados Unidos como en Europea. Ciertos análisis de tónica más geopolítica señalan que la nueva alianza atlántica en marcha es una maniobra de protección entre la amenaza de las economías emergentes, formada por los BRICs y otras nuevas potencias.

En cualquier caso, en este calendario e intenciones se entrometen algunos obstáculos de complicada solución, por lo menos teniendo en cuenta la actitud y las realidades de Estados Unidos. Curiosamente, el bando republicano no parece en sí constituir un obstáculo, ya que los intereses generales que representan son proclives al libre comercio y al flujo libre de inversiones. Tampoco los sectores laborales que tradicionalmente son la columna vertebral de los demócratas puede representar problemas, ya que numerosos intereses de trabajadores pueden dar la bienvenida a los aspectos protectores de la legislación europea

En primer lugar, el principal obstáculo es que la mente norteamericana está condicionada por la oscilación hacia Asia. La competencia viene del acuerdo/alianza del Pacífico, que todavía pesa sobre todo en temas de seguridad. En segundo término, mientras la UE cuenta con un representante fijo (la Comisión) para negociaciones de comercio, el “teléfono” de Estados Unidos no existe. La ansiada “Fast Track Authority” concedida al gobierno nunca ha sido prestada al gobierno. Estados Unidos sufre de una dispersión de poder, compartido por los estados (y sus subregiones y zonas metropolitanas), los partidos y sus diferente modalidades según los temas, los lobbies empresariales y laborales. El tercer obstáculo vendrá de la decisión del gobierno norteamericano de no reducir la autorización de libre comercio a solamente el proyecto europeo, sino de unirlo a un trato similar a otras zonas del planeta, lo que complicará las negociaciones. Todo, como puede verse, solamente ha comenzado ahora. Precisamente cuando en Europa habrá una nueva dirigencia a partir del verano como resultado de las elecciones y de los nombramientos de los puestos de mayor nivel. Igual puede decirse de elecciones intermedias del Congreso en Estados Unidos.

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