Una nación exitosa es aquella que hurga en su propia historia para encontrar la solución de sus problemas.. El Congreso de Estados Unidos está inmerso en un intenso debate sobre la posibilidad de reformar las leyes de inmigración, por tercera vez en los últimos siete años. Los dos puntos básicos de las discusiones son la posible legalización de 12 millones de indocumentados, y la seguridad en las fronteras estadounidenses.
La semana pasada fue el primer aniversario desde que el Senado presentó un proyecto de ley bipartidista e integral que podría arreglar un sistema de inmigración que no funciona. Sin embargo, en los últimos meses la Cámara de Representantes ha fracasado continuamente en su intento de actuar sobre la legislación de dicha reforma.
El Presidente Obama ha dejado claro varias veces que a su entender la Cámara de Representantes puede que tenga que tomar otras vías para conseguir un acuerdo legislativo, pero lo más importante para él, y para la gran mayoría de las personas que viven en Estados Unidos que quieren una solución, es que la Cámara tome medidas lo antes posible.
La reforma migratoria no es una cuestión política, sino humana y de conveniencia económica. Afecta a personas y comunidades. Es un fenómeno que impulsaría la economía estadounidense y reuniría a las familias.
Hay un amplio consenso de Demócratas y Republicanos, líderes laborales, empresariales y religiosos, así como de los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley hacia este primordial asunto. Todos estos grupos aparentemente diferentes se han unido en apoyo de una reforma de inmigración de sentido común.
Estados Unidos, como país, y la gran mayoría de los 12 millones de indocumentados, merecen se apruebe una reforma migratoria integral. Hacerlo, significaría ser consecuente con la historia y la cultura de Estados Unidos, país fundado por inmigrantes, incluyendo hispanos que llegaron a estas tierras en el siglo XVI, años antes de que los legendarios peregrinos pisaran lo que hoy es Plymouth, en 1620.
Se ha hablado mucho de las contribuciones que los inmigrantes a lo largo de la historia le han dado a esa nación norteamericana, son indiscutibles. Muchos han dejado sus vidas en los campos de batalla, en defensa de los Estados Unidos. Otros participan activamente en tareas estratégicas, en ciencia y tecnología; en el campo o la ciudad, inclusive en la exploración espacial, como expertos o astronautas. El nivel de consumo de la comunidad hispana de un billón 300 mil millones de dólares es algo serio, en lo que refiere a impulsar una economía que depende en un alto porcentaje del consumo y los servicios.
Críticos de la reforma migratoria subrayan que en 1986 se aprobó una amplia reforma, y que dos décadas y media después, se tiene en ese país más del doble de los indocumentados que había en aquella época. El razonamiento debería ser que Estados Unidos, dos décadas y media después, es una nación mucho más próspera y poderosa que en 1986, con nuevos inmigrantes como parte de ella, aún en medio de una alicaída economía que trata de resurgir de los escombros de la debacle económica de 2008.
Los políticos deben entender su responsabilidad en un punto esencial: las ideologías políticas, los sistemas políticos, los partidos y sus líderes no sirven, si no son capaces de crear suficiente prosperidad en libertad para sus pueblos. La principal misión de un político para llegar a ello es buscar acuerdos y entendimientos. Sin embargo, en Washington, el ayuno de los grupos activistas continúa, todavía no se logra el objetivo de hacer realidad la reforma migratoria. Qué se necesita…voluntad.
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