Ucrania: perspectivas indeseables
El primer ministro provisional de Ucrania, Arseni Yatseniuk, acusó ayer a Rusia de querer iniciar una tercera guerra mundial, al apoyar la insurrección separatista en el este de ese país, y pidió a la comunidad internacional que se una contra la agresión rusa. Por su parte, Estados Unidos advirtió que se está preparando para imponer más sanciones a Rusia por sus acciones en Ucrania y que los líderes europeos acordaron coordinar pasos con Washington para instrumentar nuevas medidas punitivas contra Moscú. En tanto, el ministro ruso de asuntos exteriores, Serguei Lavrov, responsabilizó a los gobiernos occidentales.
La tensa circunstancia internacional por el conflicto que se vive en la nación europea hace que parezca muy lejano el esperanzador encuentro que tuvo lugar apenas la semana pasada en Ginebra, en el que representantes de Rusia, la Unión Europea, Estados Unidos y la propia Ucrania alcanzaron un principio de acuerdo mediante el cual la primera se comprometió a contribuir al desarme de las milicias pro rusas que han tomado edificios públicos en el oriente y el sur del territorio de aquella nación –en las provincias de Donetsk, Lugansk, Jarkov y Herson– y el gobierno provisional de Kiev aceptó emprender una reorganización política con sentido federalista y respetar los derechos de las minorías nacionales dentro de Ucrania, particularmente las de habla rusa.
Con todo, mientras la perspectiva de un conflicto internacional como el que vaticina Yatseniuk se encuentran aún en el plano hipotético, en el suroriente de Ucrania es palpable hoy día un escenario de guerra civil derivado de las acciones de Kiev en contra de los grupos separatistas pro rusos, pero también en contra de los amplios sectores rusoparlantes moderados, cuyas demandas no necesariamente pasan por la secesión de sus provincias respecto de Ucrania, sino por la adopción de un modelo de gobierno federalista que respete las autonomías regionales. En estos momentos, la mayor tensión se concentra en la localidad de Slaviansk, al norte de Donetsk, donde la puesta en marcha de los operativos militares de Kiev provocó cinco muertos el pasado jueves y ha sido criticada por organismos humanitarios internacionales.
Más alejada parece, por ahora, la perspectiva de una escalada violenta en lo internacional entre los dos bloques geopolíticos protagónicos: Estados Unidos y la Unión Europea, por un lado, y Rusia, por el otro, en la medida en que un escenario semejante no conviene a ninguno de los dos. En todo caso, los presuntos afanes expansionistas de Moscú han encontrado un acicate fundamental en los propios gobiernos occidentales, que alentaron originalmente el movimiento Euromaidán, que culminó con el derrocamiento de Viktor Yanukovich y la posterior sublevación de Crimea y las provincias del sureste de Ucrania, y que actualmente atizan el fuego mediante amenazas como las formuladas la víspera por Washington y maniobras militares como las que desarrolla la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
En el momento actual, el conjunto de los actores apuestan por reactivar las incipientes vías de solución para la desestabilizada ex república soviética como la forma más efectiva de conjurar malos augurios como los advertidos por Yatseniuk. Para ello, es necesario que tanto Rusia como Estados Unidos y la Unión Europea frenen el apoyo que han brindado a los grupos en conflicto dentro de territorio de Ucrania y que la comunidad internacional presione al gobierno de Kiev para que frene las operaciones militares desarrolladas contra opositores a su gobierno, además de trabajar para alcanzar acuerdos internos que permitan asegurar la convivencia entre todos los grupos y minorías que conforman la población de ese país.
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