The Third Iraq War

Edited by Gillian Palmer

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Hace más de once años, a los pocos meses de que Estados Unidos derrocara sin problemas a Sadam Husseim, una periodista me preguntó qué ocurriría si las armas de destrucción masiva, en base a cuya existencia se había montado la invasión yanqui, no aparecían. Dudando un poco ya de que las armas, que Hussseim había fehacientemente tenido en el pasado, existieran todavía, contesté: “Si las armas no apareciesen, todo se pondría en tela de juicio”.

Así ha sido, Sadam había destruido las armas, aunque no lo admitía abiertamente quizás para tener a raya a Irán y a su propio pueblo, y la base político ideológica de la intervención comenzó crecientemente a ser cuestionada. En la opinión pública americana afloró un patente escepticismo que se volvió en cansancio, en hastío, cuando Irak se convirtió en un avispero para Estados Unidos y Washington enterró miles de millones de dólares y sufrió un considerable desgaste en vidas.

Obama, cuando las bajas humanas de Estados Unidos eran ya reducidas, las abundantes muertes ocurrían en la guerra civil larvada entre sunitas y chiítas, puso fin a la sangría económica y dispuso la retirada de sus tropas que culminó en el 2011. Los dirigentes americanos han venido afirmando que Irak era un país, gracias a la aportación estadounidense, razonablemente estable. Los acontecimientos de esta semana han demostrado rotundamente que no es así. La nación está por el momento dividida en dos con el movimiento yihadista Isis, una escisión radical de Al Queda, controlando desde hace días una porción del territorio que engloba a Mosul, la segunda ciudad de Irak y uno de sus motores económicos.

Que unos 800 militantes de Isis hayan podido apoderarse de una ciudad en la que había una guarnición de unos 12.000 soldados desafía toda lógica. Implica, de un lado, que los guerrilleros fundamentalistas han tenido alguna clase de complicidad en el estamento militar de la zona; resulta inexplicable que varios regimientos se dieran a la fuga abandonando un material precioso, uniformes de soldados y generales, etcétera. Y de otro, lo que es más importante, que la costosa formación del ejercito iraquí realizada por las fuerzas de Estados Unidos(¿25.000 millones de dólares en ese rubro?) no ha sido exactamente efectiva. Un diputado del pasivo Parlamento iraquí ha apuntado: “Ha habido complicidad y negligencia”.

El fracaso es motivo de reflexión múltiple. Washington ve que los 4.500 muertos americanos y el billón de dólares sepultado en Irak desde 2003, si tenemos en cuenta todas las partidas, no han servido de mucho. El primer ministro iraquí, Maliki, debería percatarse de que su política sectaria de no integrar en su gobierno a la minoría sunita que había gobernado con Husseim es un buen campo de cultivo para cualquier movimiento insurreccional. Occidente y los paises moderados de la zona deducen con enorme inquietud que la versión mas radical de Al Qaeda se mueve con soltura entre Siria, desde donde partieron, e Irak, e intenta borrar fronteras en su sueño de crear un ente islámico fundamentalista y se arma con facilidad hasta los dientes. Los guerrilleros se han apoderado de la base militar más importante de Mosul, del depósito mayor de armas y según algunas versiones de decenas de millones de dólares en moneda local después de haber saqueado los bancos de la ciudad.

La razzia de Isis ha provocado diversas alteraciones. Al Maliki, ¡qué paradoja!, ruega a los americanos que vuelvan, al menos desde el aire; quiere que los aviones y abejorros estadounidenses golpeen a los terroristas. Las fuerzas kurdas bien entrenadas han ocupado varias ciudades para contener a Isis. Bagdad transige con esto, algo que antes repudiaba. Casi 500.000 personas huyen delante de la ola violenta de Isis. Obama tiene que pensar si sus reticencias a cooperar con un Maliki, al que considera corrupto, ineficiente y sectario, pueden mantenerse ante la posibilidad de que Isis llegue a la capital.

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