Patience has its Limits

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Dado que la necedad ideológica de los republicanos ha impedido hacer una reforma migratoria justa y compasiva, Obama debe actuar ya, aunque sea unilateralmente.

Hace poco más de un año, el Senado aprobó un proyecto de ley de inmigración que muchos supusieron contaría con el apoyo de John Boehner, líder de la mayoría republicana en la Cámara baja. El proyecto tenía sentido y la inmensa mayoría de los estadounidenses exigían al Congreso que resolviera el problema que el país ha venido arrastrando por años. Boehner fracasó. No pudo convencer a una minoría vociferante de su partido de que asumiera un compromiso aceptable.

El Presidente decidió esperar un lapso prudente antes de proceder unilateralmente a buscar soluciones parciales al tema migratorio a través de órdenes ejecutivas, pero la presión de grupos de ultraderecha en la Cámara de Representantes impidió que reinara la cordura. Temerosos de perder una elección local, los republicanos optaron por poner en peligro la elección presidencial del candidato de su partido, muy complicada sin el apoyo de hispanos y asiáticos, y decidieron negarse a hacer su trabajo y votar a favor de un proyecto constructivo.

Obama ya no debe seguir esperando a que los republicanos entiendan que la situación actual es intolerable. Desde antes de que asumiera la presidencia, George W. Bush abogó por una reforma migratoria integral, y su recompensa le llegó en el 2001, cuando ganó el 40 por ciento del voto hispano. Para el 2006, Bush había elaborado un plan de 5 puntos, que incluía un proceso de legalización para los 12 millones de indocumentados.

Entonces, como ahora, los republicanos más conservadores se opusieron a Bush y exigieron a cambio la fortificación-militarización de la frontera y se negaron a cualquier programa de legalización. En el 2012, a Mitt Romney se le ocurrió proponer la autodeportación de los 12 millones. La oferta le valió un magro 27 por ciento del voto hispano, contra el 71 por ciento que votó por Obama.

En buena hora, este finalmente ha anunciado que hará todo lo que la ley le permita en materia de inmigración, a través de órdenes ejecutivas. No es la solución ideal para lograr una unión más perfecta entre todos los estadounidenses, pero, en vista de las circunstancias, no veo que tenga otra opción, dadas la necedad ideológica y la miopía política de los republicanos.

Lo primero que Obama debe hacer es detener las deportaciones de la gente que trabaja y no tiene historial criminal. Debe cancelar los programas que confunden la labor de los policías con los agentes de inmigración. También podría ordenar la agilización de la entrega de permisos de residencia legal a familiares de ciudadanos sin necesidad de salir del territorio nacional.

Pese a las presiones que en este momento de crisis recibe por el aumento del flujo de niños y madres que llegan a este país huyendo de la violencia y la falta de oportunidades, sobre todo en Guatemala, El Salvador y Honduras, el Presidente y los estadounidenses saben que los niños inmigrantes tienen derecho a un juicio justo antes de ser deportados a su país de origen.

Otro factor que Obama debe considerar antes de deportar a estos niños y jóvenes es el de que la actual escalada de violencia de la que huyen es producto de las pandillas de muchachos que crecieron en Estados Unidos y que han sido deportados a los países donde nacieron, pero donde nunca crecieron, y ahora se dedican al tráfico de drogas con destino final en EE. UU.

Es una infamia calumniar a estos niños acusándolos de ser “futuros pandilleros”, como han hecho las voces más histéricas, que en Murrieta (California) detuvieron los camiones que los llevaban a un centro de detención en ese lugar. Por fortuna, este puñado de antiinmigrantes de ningún modo representa a la mayoría de los estadounidenses, que siguen creyendo en la justicia, la equidad y la compasión.

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