The Shameful ‘John Does’ of Mexico, the US and Central America

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Ahora que estuve varios días reporteando en Estados Unidos el tema de los migrantes centroamericanos y mexicanos (textos publicados en MILENIO viernes, sábado y domingo), hubo varios momentos que me sacudieron…

Uno fue cuando entrevisté a Benny Martínez, el Chief Deputy del sheriff del condado de Brooks, ubicado 70 millas al norte de la frontera entre Tamaulipas (Reynosa) y Texas (McAllen). El hombre de sombrero negro y botas vaqueras me mostró sus Human Remains Books. Son los tomos con los expedientes y fotos de los cadáveres de migrantes de México y Centroamérica que él y sus hombres encuentran tirados en los chaparrales del condado (han localizado 401 desde 2009), luego de que son abandonados por polleros y que mueren debido a las severas condiciones del clima (temperaturas arriba de 40 grados), o devorados por animales salvajes, como coyotes.

A menos que uno se haya vuelto un ser insensible, despiadado, enfermo, es imposible no conmoverse, no sentir un fortísimo dolor por el trágico destino de estas personas que año tras año huyen de la miseria y la violencia que hay en sus países (nuestros países), y que se embarcan en peligrosos periplos a la búsqueda de una vida mejor. Como me dijo el Chief Deputy, mientras señalaba fotos de migrantes muertos:

—Esta es la realidad. Esto no es nada de Hollywood. No es nada de historias. Estas personas ya no se van a levantar. Ahí están ya, muertas. No son actores. Es cosa triste…

Sí, es cosa triste. Benny pasaba una a una las hojas de los libros, de los expedientes, de las horrorosas fotos, de esa macabra galería de terror. A veces lo hacía yo y mi colega camarógrafo José Luis Arias grababa. En varios instantes nos quedamos en silencio sin saber qué demonios decir, con un nudo en la garganta, luego de los recuerdos y explicaciones de Benny sobre las circunstancias en que habían sido hallados los destazados o deteriorados restos. La mayor parte de las veces, nos contaba, no saben de quién se trata: los migrantes deciden viajar sin identificación, o los traficantes los despojan de sus carnés de identidad. Simplemente son hombres, mujeres y menores con vidas rotas, mutiladas.

El otro momento que me estremeció fue el recorrido por el cementerio Sagrado Corazón, localizado en el poblado de 5 mil habitantes de Falfurrias, 138 kilómetros al norte de la frontera. El par de horas que estuvimos ahí mis compañeros Miguel Naranjo (camarógrafo) y Jesús Quintanar (fotoperiodista) fueron duras también. Es el cementerio de los migrantes desconocidos. Desde hace más de 20 años el condado de Brooks paga hasta 2 mil dólares por cadáver a un par de funerarias para que entierren los cuerpos. Es decisión de la piadosa ciudadanía local que los restos de esa gente no terminen en fosas comunes (aunque recientemente se hallaron dos de éstas). En las modestas tumbas son colocadas plaquitas de metal plateado en las que se lee: “Hombre desconocido”. “Mujer desconocida”. “Restos desconocidos”. O el término que utilizan los estadunidenses para referirse a los cadáveres anónimos: John Doe.

Es una barbaridad que esta desgarradora tragedia humana no tenga fin. Los países de Centroamérica, así como México y Estados Unidos, cuyos gobiernos no hacen algo para impedirla, deberían sonrojarse, bajar la cabeza. Son, todos los miles de migrantes muertos, sus vergonzosos John Doe. Y en 50, cien años, ahí estará, en los libros de Historia, plasmado su desdén. Su enfermiza indiferencia…

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