Faultline of Fear

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El Gobierno alemán anunciaba ayer que ha invitado al máximo representante oficial de la CIA en la embajada norteamericana en Berlín a abandonar el país en los próximas días. Esta noticia, de que Alemania expulsa al jefe de la CIA en su territorio, es un mazazo sin precedentes a las relaciones bilaterales. Este tipo de trato público de afrentas por espionaje solo se había dado con países de gobiernos totalitarios y marginales. Hasta con los enemigos en guerra fría, véase URSS o sus satélites, se intentaban encontrar fórmulas menos traumáticas y llamativas. Es este el último capítulo, de momento, de la escalada de la tensión por la revelaciones del espionaje norteamericano en Alemania. Si todo comenzó con las filtraciones de Eduard Snowden sobre las actividades de la NSA, la detención de dos espías, captados por la CIA dentro de los servicios secretos «hermanos» del BND, han desencadenado esta catástrofe para las relaciones. Por desgracia no estamos ante un conflicto puntual, más o menos grave, entre Berlín y Washington. Hace veinte todo habría sido diferente. La limitación de daños habría tenido máxima prioridad sobre cualquier forma de enfrentamiento o represalia pública.

Estamos en otra época y hay cambios esenciales en la percepción de estas relaciones en todo caso a este lado del Atlántico. Es significativo que Merkel se haya creído obligada a esta decisión tan drástica. Le habría gustado impedirlo. Pero su instinto político le ha dictado la necesidad de semejante medida. El antiamericanismo alemán, durante décadas silenciado por razones de peso, vuelve a pisar moqueta. Ha vuelto a salir del reducto de los neonazis y la ultraizquierda. donde estuvo enclaustrado desde el cerco soviético a Berlín de 1949. Y más grave aun, con la crisis financiera y económica de la UE también ha crecido el neutralismo alemán. Esto se ha puesto terriblemente en evidencia en los sondeos tras la invasión, ocupación y anexión por Rusia de tierras ucranianas. Los sondeos de opinión reflejaban unos cantos al alma rusa y simpatía por Putin que no mermaban por el reconocimiento de la brutalidad de la invasión y la violación del derecho internacional. Y no son solo los muchos intereses económicos, especialmente los contratos rusos de la mediana empresa del Mittelstand o el gas, lo que determina esta actitud. También el resurgimiento de unos lazos sentimentales con Rusia que siempre ha albergado el romanticismo alemán.

El anclaje a Occidente en la OTAN y la UE no es cuestionado de momento más que por los izquierdistas radicales de Die Linke, tan pro-rusos y pro-Putin como la extrema derecha de Le Pen en Francia. Pero el alma alemana muestra indicios de que vuelve a no estar cómoda en su piel. Y ve un motivo para indignarse sobre todo por el hecho de que los espías malos en esta película son los norteamericanos. Cuando la propia hostilidad que se muestra al espionaje norteamericano quizás otorgue algo de razón a quienes desde CIA y NSA creen en la necesidad de recabar información por su cuenta. Merkel ha actuado porque se sabe frágil con opinión pública. Sabe que su vicecanciller Sigmar Gabriel quiere su puesto cuanto antes y ya piensa en un gobierno de izquierdas. Incluso si tiene que incluir al partido radical Die Linke, cuya hostilidad a la OTAN es lo que ha impedido alianzas anteriores. Con esa hostilidad antiamericana ahora preponderante, Gabriel no pagaría demasiado precio político por cambiar de alianza. Y podría tener una mayoría para acabar con Merkel mañana. Pero además, se abriría esa temida fisura a la OTAN en el corazón de Europa. Y seríamos aun más vulnerables en un mundo en el que se multiplican las zozobras.

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