Iraq Again

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Gabriel Guerra Castellanos

Otra vez Irak

Hay expertos en demoliciones y expertos en (re)construcciones. Al gobierno estadounidense se le da muy bien lo primero, y pésimamente mal lo segundo. Sobran ejemplos alrededor del mundo, pero ninguno tan claro y evidente como el de su intervención en Irak.

El frágil argumento de la necesidad de contener al régimen de Saddam Hussein estaba basado en dos falacias: su supuesta participación o apoyo a los ataques terroristas del 11 de septiembre y el mito de las armas de destrucción masiva.

La revolución islámica en Irán, el financiamiento abierto o encubierto de multimillonarios saudíes o del Golfo a grupos fundamentalistas, la creciente capacidad destructiva de Osama bin Laden y Al Qaeda, eran apenas los más obvios riesgos que se acumulaban para Washington, así que la decisión de invadir Irak y derrocar a Saddam resultaba atractiva de tan simple: acabar con un tirano enemigo de EU, instaurar la democracia, demostrar que las libertades y la prosperidad irían de la mano del avance de los valores occidentales y acabar con la atracción fatal que los grupos islámicos ejercían sobre las sociedades de la región.

No hay espacio en este texto para detallar la desastrosa ocupación militar estadounidense. Miles de millones de dólares, centenares de miles de muertos, heridos, desplazados, y una nación dividida y fracturada fueron el resultado. Pero más tardó EU en completar el retiro de sus tropas de Irak en diciembre del 2011 que en tener que involucrarse militarmente de nuevo en ese malhadado país.

El desgobierno del primer ministro Nouri Maliki, quien asumió el poder con pleno apoyo estadounidense en 2006, ha llevado a Irak al borde de la catástrofe. Las tendencias autoritarias de Maliki, y sus políticas de exclusión hacia dos de los tres grandes grupos étnico-religiosos de Irak, los kurdos y los sunitas, fertilizaron un terreno en el que ya crecía la amenaza del fundamentalismo armado.

Mientras todo eso sucedía, Washington tomó una más de muchas decisiones equivocadas, al apoyar el incipiente levantamiento contra el gobierno de Bashar el Assad en Siria. Un cruento dictador sin duda, Assad era también un símbolo de estabilidad en la región, garantía de una paz no declarada con Israel, y cabeza de un régimen totalmente intolerante con la oposición, pero moderado, laico incluso.

El levantamiento contra Assad se volvió guerra civil, con el apoyo no tan encubierto de EU y muchos de sus aliados, y puso contra la pared a Assad. Muy lejos estoy de simpatizar con su gobierno, pero en una región en la que con frecuencia hay que escoger entre los males menores, era —y es— de las opciones menos malas.

Muchos advirtieron en su momento de la llegada de radicales islámicos al confuso campo de batalla que era Siria, y de los riesgos de que, con su mayor capacidad de organización y un discurso simplista y fanático, fueran opción atractiva para los jóvenes marginados.

El hoy llamado ISIS (Estado Islámico en Irak y Siria) tuvo sus orígenes en la invasión estadounidense, y formaba parte del grupo Al Qaeda en Irak: ISIS ha ido creciendo y se ha radicalizado con el paso del tiempo, al grado de rebasar y romper con Al Qaeda. Es hoy, con mucho, el mejor organizado y financiado de los grupos extremistas en la zona, con una significativa presencia militar y amplia capacidad de reclutamiento. En sus manos, literalmente, está la estabilidad futura de Irak y de Siria.

Al igual que Al Qaeda en su momento, ISIS se ha beneficiado del financiamiento y apoyo de gobiernos y familias poderosas de Arabia Saudita y los países del Golfo, pero también de acciones y omisiones de sucesivos gobiernos de EU que jamás previeron las consecuencias de sus actos en Medio Oriente.

Hoy que tratan desesperadamente de contener esta nueva insurgencia sin tener que reactivar su presencia en el campo de batalla, los asesores de Obama tal vez recuerden aquel refrán: cría cuervos, y te sacaran los ojos.

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