Tres muros que son una afrenta
El 15 de agosto de 1961, las autoridades de la desaparecida República Democrática Alemana iniciaban la construcción del Muro de Berlín, abominable por donde se lo mire. De esa manera, se trataba de impedir la libre circulación de personas entre el este comunista y el occidente capitalista.
Ese muro duró menos de tres décadas, pues en noviembre de 1989, una marejada popular, si vale el término, lo echó por los suelos.
Sin embargo, los malos ejemplos cunden rápidamente. Estados Unidos ha levantado literalmente otra cortina de hierro en su frontera sur, la que comparte con México para evitar que los “coyoteros” tengan éxito al cruzar con centroamericanos indocumentados que llegan clandestinamente a ese país en busca de lo que sus gobiernos o sus estados son incapaces de proporcionarles: trabajo digno y seguridad para ellos y para sus familias.
Miriadas de hambrientos se arriesgan a cruzar ese punto, a pesar de los riesgos de enfrentarse con la muerte o con la discriminación de la que serán objeto si es que logran su primer objetivo.
Son los exiliados económicos de un sistema que ha privilegiado las utilidades de las grandes corporaciones y ha olvidado que quienes generan esa riqueza son seres humanos.
Es especialmente culpable de esa situación el Gobierno de Estados Unidos, no precisamente la actual administración, sino aquellas que promovieron, inclusive, invasiones armadas en contra de países que buscan construir su futuro sin la tutela de Washington.
Si ejércitos de desplazados, hambrientos, poco preparados o casi analfabetos van en busca de una oportunidad hacia Estados Unidos es, también, porque están persuadidos de que es la tierra de las oportunidades, sin considerar que si explotaran adecuadamente la riqueza de sus países y hubiese gobiernos que busquen una mejor distribución de los ingresos, las cosas serían absolutamente distintas. Es algo que no requiere demostración.
Otro muro, tanto o más ominoso que los dos anteriores se ha erigido entre los enclaves españoles de Ceuta y Melilla, en el norte de África, a donde llegan centenares cuando no miles de desesperados en busca del mañana que sus países son incapaces de proporcionarles, directamente como resultado de un nefasto proceso europeo de colonización que derivó en el desastre actual, en el que se han formado estados sin el menor criterio de unidad política, cultural, social o económica.
Hacer lo que hacen España, como parte de la Unión Europea, y Estados Unidos es tratar de esconder la basura debajo de la alfombra y negarse a comprender la realidad. El poco o mucho bienestar o la acumulación que generaron es, en gran medida, consecuencia de la explotación, cuando no expoliación de la riqueza de los países, a cuyos ciudadanos ahora se dedican a expulsar con un entusiasmo digno de las mejores causas. Ha llegado el momento de fomentar proyectos reales y realizables que den empleo y generen bienestar en esas naciones devastadas por el hambre y la miseria. Hay que recordar a esos poderosos que todos tienen el derecho y, principalmente, el derecho de labrar su propio porvenir.
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